Un Poema Casi Inventado

miércoles, 30 de diciembre de 2009

XXII

CAPITULO XXII

Dejamos atrás la plaza buscando una luz distinta, y lo que encontramos fueron un par de pandillas. Algo así como bandas callejeras. Dispuestas una frente a otra, preparándose para la batalla. Celeste estaba impresionada por la estética de estos grupos. Mi preocupación no se centraba en lo estético sino en salir de ahí lo más pronto posible.
Pero no hubo tiempo. Ni distancia que separara a esas bandas.
¡…!

miércoles, 23 de diciembre de 2009

XXI

CAPITULO XXI

- Esto me recuerda a algo que leí en tu diario – le dije a Celeste.
- ¿Sí?
- Cuando pusiste que te acordabas siempre de la plaza frente a la escuela, donde hiciste la primaria.

















”.
- Nunca me voy a olvidar de lo que pasó ahí.

martes, 22 de diciembre de 2009

XX

CAPITULO XX

En Felpa, todas las mañanas podemos observar como el sol toca la tierra por partes. Es algo realmente llamativo. El cielo se mantiene oscuro, con la excepción de unas ventanas que se abren a una distancia apenas superior a los cien metros. La luz que llega a un sector no abarca la misma superficie que la proveniente de otra ventana. Pueden tener forma de círculo o no tener forma reconocible.
Bajo este cielo tan particular, procuramos no quedarnos quietos, sino ir en busca de cada destello de sol que pudiésemos ver a lo lejos. Sin embargo, no había que descuidar la misión, ya que para eso estábamos ahí. Nuestro objetivo, la mujer, cruzaba la plaza con la vista al frente a la misma hora, todos los días. Esa parte del seguimiento era aburrida, pero por suerte no duraba más que unos minutos, que aprovechábamos para degustar los helados que crecían de un árbol que había crecido junto al banco donde nos sentábamos, claro que en nuestra imaginación porque esos árboles no existen.
Cuando todavía no terminábamos el helado, la mujer ya abandonaba la plaza, siguiendo el mismo camino de siempre, el que conducía al cementerio. Un espacio con grandes jardines acompañando largas hileras de lápidas. Apacible, esa palabra describe el lugar. Llamaba la atención que la mujer no detuviera su andar ante ninguna tumba en particular, caminaba por todos los senderos como si quisiera conocerlos bien, tomando nota mental de cada detalle. No parecía importarle los nombres que figuraban en las lápidas. A nosotros tampoco nos importaba.
Luego de su visita al cementerio regresaba notablemente cansada, por el mismo camino. Hasta la plaza, donde la dejábamos sola. Y allí, descansamos los pies y hablamos sobre cualquier cosa que nos sacara de la cabeza la imagen triste de esa mujer.

sábado, 24 de octubre de 2009

XIX

CAPITULO XIX

La cercanía con ese dolor nos paralizaba. El viento comenzó a agitarse mientras permanecíamos de pie frente al muro. E inesperadamente, vimos salir de atrás de la pared un hombre vestido con traje de casimir. Cabizbajo, tardó un buen rato en notar nuestra presencia, pero al hacerlo se mostró algo esperanzado, como si pudiésemos aliviar su angustia de alguna forma. Se nos acercó y junto a él un perro rengo que ladraba lastimosamente.
- No se vayan – nos dijo, aunque no íbamos a ninguna parte.
- …
- Necesito que me ayuden. Es importante. Es importante para mí y para ustedes.
- ¿Para nosotros? – Preguntó Celeste.
- Sí. Lo que quiero que hagan es que investiguen a una persona. Es una mujer. Y yo necesito que la sigan.
- ¿Está ahí adentro?
- En este momento sí.
- ¿Tiene algo que ver con los gritos que escuchamos?
- Sí, estuve discutiendo con ella.
- ¿Es su mujer? – Preguntó rápidamente Celeste.
- … es sólo una mujer a la que quiero que sigan. Nada más. Ustedes se van a dar cuenta de por qué se los pido. Y, tal vez, puedan llegar a saber por qué es importante para ustedes.
El pedido era extraño como todo lo que lo rodeaba, incluido el perro que no dejaba de ladrarnos. Había resultado sencillo encontrar vida en este nuevo mundo. Quizás porque no podíamos estar solos. Pero aún era demasiado pronto como para aventurar respuestas a todo lo que vimos. Además, esa mujer desconocida, supuestamente nos develaría algo relevante. Celeste estaba mucho más entusiasmada que yo, aparentemente, las misiones raras eran la eterna fuente de su motivación.
- ¿Cómo es la mujer? – Le pregunté yo para decir algo.
- Ésta es una foto de ella ( saca una fotografía doblada de su billetera, donde se la ve de perfil, parada frente a un ventanal, iluminada por un fuerte sol, del otro lado, un nombre, una dirección). Acá atrás les puse los datos. En unos días me van a encontrar y espero que me puedan contar todo lo que vieron, lo que escucharon, cualquier cosa que crean importante.
- Todo nos va a parecer importante porque no la conocemos y no sabemos qué es exactamente lo que tenemos que averiguar – respondió Celeste.
- Mejor así. Es exactamente lo que quiero. Ahora tengo que irme.
- ¿Dónde nos tenemos que encontrar?
- Simplemente nos vamos a ver. Ahora me voy.
- …(Volvió de donde había salido, y ese muro nos pareció extremadamente triste; seguimos camino).
- Mirá el agua esa – Celeste me señaló un charco, resultado de una lluvia pasajera.
- Está lleno de mosquitos.
- Ahí es donde se crían. Es el comienzo de la vida.

martes, 18 de agosto de 2009

XVIII

CAPITULO XVIII

Son las 3: 53 p.m. y todo va desapareciendo. Me refiero a que todas las cosas que vemos tienen una existencia brutalmente efímera. Caminamos por una gran pradera verde y pacífica que solo podemos contemplar al avanzar siempre hacia delante, porque al mirar atrás no vemos más que el blanco de la nada, y luego nos miramos comprendiendo que debimos haber traído una cámara de fotos. Aún así, una simple fotografía solo nos haría creer por algunos instantes que de verdad caminamos por allí. La nostalgia era fuerte en ese sitio, porque no existía forma de regresar. Lo mejor era avanzar rápido y hablar mucho para así no poder disfrutar del paisaje, y no extrañar al dejarlo atrás.
- Ahora me gustaría estar en esas hamacas de la plaza – comentó Celeste algo preocupada.
- Sí, las cosas mueren muy rápido acá. Es una lástima que todo sea tan lindo.
- Yo trato de no ver pero es imposible. ¿Cómo hago para dejar de ver esto?
- Es muy triste este lugar. Hasta extraño reírme.
- Es verdad. Hace mucho que no nos reímos de nada.
- Nos estamos poniendo serios y tan solo por querer explorar un nuevo mundo. No deberíamos tomarnos tan a pecho este viaje.
- A mí lo que más me inquieta es saber si hay vida.
- Algo vamos a encontrar; no te preocupes.
La música tiene que venir de alguna parte. Cuando pensamos en eso vimos a un costado de nuestro camino una construcción. Y a medida que nos acercábamos, ésta aumentaba en sus dimensiones. Los muros eran de 2, 50 m de alto pero se extendían a lo largo por más de 100 metros, o al menos esa fue la medida que supusimos más cercana. Encontramos la forma de entrar, sin embargo, a los pocos pasos nos dimos cuenta de que no debíamos ir más lejos. Se trataba de un laberinto. Y la música venía de su interior, una invitación agradable. Consistía en una balada, tocada en las cuerdas de vaya uno a saber qué instrumento.
Sentí frío en mis brazos. Ella me despertó de un sueño, justo en el momento en que la exploración daba algunos resultados. El sol brillaba fuertemente y lastimaba mis débiles ojos. Me corrí a un costado, donde la sombra de un muro le dio tiempo a mi vista para acostumbrarse. Y sin moverme de ahí, oí una música que parecía provenir de detrás del muro. Eran unas cuerdas que no podían silenciar los gritos de personas que se herían entre sí.

lunes, 17 de agosto de 2009

Problemas Técnicos

EL DIA QUE CONSIGA UNA COMPUTADORA QUE TENGA PUERTO USB VUELVO A POSTEAR.

ESO QUIERE DECIR EN EL AÑO 2345.

viernes, 31 de julio de 2009

XVII

CAPITULO XVII

De chico quería menguar, no conocía ese verbo específicamente, pero sabía que quería encogerme para poder entrar en mis juguetes. Y así, mágicamente, los autitos arrancarían, el barco portaaviones cruzaría todos los mares, y la escopeta de doble cañón les volaría la cabeza a mis enemigos. Tan solo con pensar en pequeñeces como ésta, el mundo se tornaba un lugar más agradable.
Ahora, en este tiempo, en esta tierra, la gente de la ciudad caminaba de un lado a otro. En el centro, me encontré sentado en un banco de plaza, sin saber a qué parte mirar, notando que era un blanco fácil de cualquier mirada. Como casi siempre, Celeste estaba a mi lado, acompañando otra tarde en mi vida.
Traté de recordar un cuento que había leído llamado La “cosa” de Fitz James O´Brien, pero fue inútil. Y el título no me ayudaba tanto a revelar su contenido, más allá de deducir que era un cuento de terror. Quería saber más que nada, si yo podía ser capaz de relatar un cuento de manera oral, si encontraba en primer término alguien que se propusiera oírme. Me parecía algo difícil, cualquiera de las dos cosas, pero tenía en mente los especiales de Noche de Brujas de los Simpsons y dentro de mi imaginario estaban los disfraces, y las historias de horror que se hacían realidad en esa misma noche. Despertaba mi curiosidad lo perturbador que podía llegar a ser.
- ¿Sabés que tengo la sensación de que este mundo es irreal? – le pregunté a Celeste.
- Irreal, ¿cómo?
- No sé, que puede ser otra cosa, aparentar otra cosa.
- Como Matrix.
- Sí, me encanta esa película. Pero la verdad es que es todo tan raro. Al menos a mí siempre me pasan cosas raras, así que tiene algo de sentido lo que estoy pensando. O, tal vez, es una intención mía la de que el mundo sea algo irreal.
- ¿Un mundo fantástico querés decir?
- Sí, exactamente eso.
- Sería genial.
- Aunque sea solo una invención mía, o nuestra.
- ¿Tenés ganas de crear un mundo fantástico?
- Un mundo fantástico. Claro. Pero hay que pensar en quienes van a habitar ese mundo, porque tiene que haber de todo, hasta lo que odiemos.
- ¿Va a haber personas como nosotros?
- No sé, puede ser. Creo que sería mejor que no lo decidiéramos ahora, sino que surja después. Primero hay que explorar este nuevo mundo fantástico, para ver cómo es, y cómo hacemos para adaptarnos, no puede ser tan fácil, debe haber complicaciones como en todo.
- ¿Cómo lo llamamos?
- … no se me ocurre nada… Felpa.
- Ese nombre está bien. Fácil de recordar.
- Y nuestra misión va a ser encontrar vida en este nuevo mundo fantástico llamado Felpa.
- Tenemos mucho que hacer. Vamos.

lunes, 27 de julio de 2009

XVI

CAPITULO XVI

La oportunidad de conocer a la madre de Celeste se me presentó, como era de esperar, la tarde en que fui por primera vez a su casa. No era muy grande su parecido, salvo en detalles que no me preocupé en descubrir. Una madre que disfrutaba de su propia voz pero que no era entrometida, aunque hiciese muchas preguntas. El resto de su familia la conocí por las fotos que vi diseminadas por su casa. Había poco que me llamase la atención de ellos. Verdaderamente no tenía mucho interés en conocerlos. Saber que conocía más de Celeste que todos ellos me incomodaba.
Estábamos aburriéndonos como en cualquier tarde gris, con el agregado de un televisor roto y algunas películas que no podíamos ver. Presté atención al silencio de la casa, me entretuve imaginando los sonidos que seguramente existían más allá de la ventana que daba al parque.
- Lo bueno de esta casa es que conozco a quienes hablan detrás de las paredes – me dijo Celeste.
- Nunca antes habías pensado que eso podía ser algo bueno.
- La verdad que no, tampoco sé si es algo tan bueno.
- Sí, es bueno. Quiero decir, debe ser algo bueno.
Tomamos un café preparado por ella. Sólo fuera de casa tomaba café. Luego, Celeste me dejó por un momento y reapareció con una cámara de fotos.
Ser capturado en imágenes no me complacía demasiado. Es aburrido ver fotos propias y mucho más cuando uno no sale como se imagina. Pero, de todas formas, nos fotografiamos.
Mientras tanto, una inesperada lluvia empezó a caer. Y por la ventana podíamos ver como el agua se abría paso entre el crecido césped, formando pequeños charcos, hundiéndose rápidamente en la tierra. No tomamos imágenes de todo esto. Particularmente, no quería ver como aumentaban los milímetros de agua. Recordé cuando días atrás, abatido por el alcohol, deseaba tirarme al mar. Hundirme en el agua y abandonar la tierra, cosas que ocupaban mi cabeza y de las que no quería llevar registro.
Buscaba lograr una buena fotografía de nosotros, que no nos mostrase muy alegres para no desconfiar de ella en el futuro. Abrazados muy juntos y con unas débiles sonrisas por la incomodidad de la cámara. Esa fue la imagen ideal para quedarse en el presente.
Con lentitud parecía caer la lluvia, como si pudiéramos detenerla con la mirada tranquila que le dirigíamos. Terminé por odiar al mundo sin ninguna razón, sólo porque sí, porque no se parecía en nada a lo que imaginaba que debía ser. Y entonces me sentí atraído por la lluvia, que produjo en mí una paz verdadera, mucho más intensa que la generada por otra fuerzas de la naturaleza. Deseé que la lluvia cayera dentro de la casa, mojando todo, formando charcos alrededor de nuestros pies. ¿Tenés un paraguas? Sí, tengo, espera que lo busque. Como el agua no me empapaba me dieron ganas de salir afuera. Te vas a enfermar. Pero no hace frío. Sólo es un poco de lluvia. La misma lluvia sorpresiva que nos mojó cientos, miles de veces.
Salimos un momento al patio provistos de un hermoso paraguas color rojo. Estás haciendo que me moje toda. No, si es una lluvia de nada. No me acostumbré al paraguas y caminé hasta el centro del patio y me quedé ahí hasta sentir que mi pelo estaba completamente mojado.
No me enfermé esa vez, ni tampoco después. Me gusta como tenés el pasto. Todo parejito. ¿Puedo venir a tirarme a ver las nubes? Cuando cambie el clima. Podés hacer lo que quieras.
Repentinamente, dejó de llover. El sol reapareció haciendo brillar todas las superficies en las que descansaba el agua. Todo volvió a la normalidad, como suele decirse. Celeste madre preparó un té preguntándose a sí misma quien carajo nos mandó salir afuera con esta lluvia. Por uno de los ventanales vimos el nacimiento de un arco iris. ¿Cuántos colores tiene? Dicen que siete, pero yo no veo tantos. ¿Habrá que pedir un deseo? No es una estrella fugaz, pero puede ser que cumpla algún deseo, si es que alguien se lo pide. Hoy quiero pedir uno. ¿Adónde vas? Voy a sacarle una foto a un arco iris.

sábado, 18 de julio de 2009

XV

CAPITULO XV

Las faltas de ortografía no desmerecían el diario de Celeste, pero su letra la tornaba incomprensible en algunas partes. Escribía con mucha velocidad, no era en absoluto paciente y agregaba notas en los márgenes que no guardaban coherencia con la redacción principal. El desorden impregnaba de vida esos ocho cuadernos, perfumados especialmente para mi lectura.
Por la suma de pensamientos, sueños y vivencias contenidos en esas páginas, me era difícil abandonar ese diario cuando llegaba la hora del sueño. Supe cuan retorcida era su mente, lo que me asombraba, dado que no parecía tomarse las cosas demasiado en serio. Disimulaba su locura con palabras tiernas y sonrisas inocentes.
¿Qué consecuencias traería nuestra unión? Absorbíamos toda la maldad presente en los lugares que transitábamos, los insultos y las agresiones percibidas eran recibidos como propios, pero no nos gustaba hablar de todo eso. Nuestra sensibilidad no debía formar parte de nuestras vidas. Como aquellos pensamientos del pasado que no se pueden suprimir de la memoria, en algún momento se manifestarían, revelándose de la peor forma imaginable. Mientras tanto, dejábamos que las cosas pasaran, sin darles una mínima importancia.
Desde la última vez que vi a Danielle me había pasado algo que sería interesante contarle. No muy a menudo se daba. Sin embargo, al no haber formado la costumbre de transmitir mi vida ni mis impresiones, cuando tuve la oportunidad de verla nuevamente tan solo le insistí con la realización de un corto, el cual pretendía protagonizar evitando ser filmado.
- El guión lo podés hacer vos – le dije a Danielle.
- ¿Y sobre qué?
- No sé, sobre algo insustancial. Te digo que lo hagas vos porque a mi seguro que no me va a salir.
- De repente te interesa la cinematografía.
- Sí, sigo un impulso. Me viene del más allá.
- Espero que no sea grave.
- No lo es. Soy inofensivo, ya lo sabés.
- No te creo. Pienso que vas a matar a alguien.
- Con un corto no creo.
- Tal vez, sí.
- Me tenés poca fe.
- No, es que tengo la sensación de que vas a hacer algo malo. Sos como esos tipos calladitos que parece que nada los molesta, hasta que un día explotan y matan a toda su familia con un martillo.
- Vos estás más cerca de ese desenlace.
- ¿Por qué?
- Bueno, sos un poco nerd, o te estás convirtiendo en una. Además sos blanquita. Ambas cosas marcan tu destino. Te gustaría ser malvada, juntarte con los chicos malos, pero no podés. Porque sos blanca y nerd. Entonces guardas rencor contra la sociedad que no te acepta, la sociedad de los no-nerd. Así, un buen día, te desquiciarás por completo y acabarás con la vida de muchos inocentes.
- Niños.
- ¿Por qué no?
- Es una idea trillada.
- No es una idea, son cosas que pasan. El corto podría tratar sobre eso.
- ¿Sobre matar niños?
- Sí. Sobre una chica que se vuelve loca y mata a un montón de nenes.
- Pero el protagonista ibas a ser vos.
- Ah, tenés razón. Entonces sobre un chico que se vuelve loco y mata a un montón de nenes.
- Acordate de que la idea de que fueran nenes es mía. Poneme en los créditos como co-autora.
- Hecho – nos dimos la mano.
El aire estaba muy pesado. Llovería en cualquier momento. La plaza fue vaciándose sin que nos diéramos cuenta.
- ¿Tuviste algún diario íntimo?
- Tuve, sí, tuve algunos. Los empezaba pero después los dejaba. ¿Por?
- Es que estos días estuve leyendo uno.
- ¿De quién?
- De mi novia.
- ¿Tenés novia?
- Sí.

martes, 14 de julio de 2009

XIV

CAPITULO XIV

Recompuse mi ánimo en menos de un día. Eliminé el alcohol de mi sangre y así logré ver con mayor nitidez. Me encontré con Celeste nuevamente, en mi casa, donde podíamos permanecer horas acostados pensando solamente en nosotros.
Celeste jugaba con los dedos de mi mano, los sostenía con suavidad y no se desprendía de ninguno de ellos. Nuestra cama, la que antes era solo mía, era nuestro mejor refugio.
- ¿Vos sos mi novia?
- Soy tu novia, sí, y vos mi novio.
- ¿Tuviste otros novios antes?
- Sí, tuve algunos, pero no sé si se les puede llamar novios.
- ¿Cómo se les puede llamar?
- No sé, pero novios no. Nunca estuve mucho tiempo con nadie.
- Es una cuestión de tiempo entonces.
- No. Es que no estaba enamorada de ninguno.
- … yo tampoco me había enamorado antes. Espero que me sigas llamando novio.
- Mientras no me dejes vas a ser mi novio
- Sería más probable que vos me dejases a mí.
- No lo creo.
Deseaba conocer cuánto tenía de pecadora, saber de sus miserias, de sus temores, de todo aquello que pudiera haberme ocultado. Creí que podría asemejarse a mí y tener muchos secretos. Por algún motivo congeniamos tan naturalmente.
- ¿Qué te acordás de tu primera vez? – Le pregunté, en un intento muy triste por develar las razones de su existencia.
- ¿Mi primera vez? No hay mucho que recordar.
- Tendría que haberte preguntado por la tercera o la cuarta.
- Ja, ja, no. De esas creo que no me acuerdo nada. ¿Y la tuya?
- ¿La mía?
- Sí, tu primera vez.
- No, de eso sí que no hay nada que recordar.
- ¿Por qué?
- Por nada.
- Otra vez. ¿Ves cómo sos? Vos me podés preguntar lo que sea y yo de vos no puedo saber nada.
- Es más complicado que eso.
- Sí, siempre es más complicado.
- No te enojes conmigo, ya vas a saber más de mí. Tenemos miles de horas para hablar.
- Tendrías que haber llevado un diario para contar tu vida. Te resulta más fácil escribir las cosas que te pasan que hablarlas. O por lo menos es lo que me parece a mí.
- Pero no sabría explicar las cosas que me pasan, sería un diario muy confuso.
- Yo lo entendería.
- ¿Leerías mi diario?
- Sí, para conocerte mejor.
- ¿Vos tenés uno?
- Sí, más o menos, lo fui escribiendo como pude. ¿Querés que te lo preste?
- ¿Me dejarías leer tu diario íntimo? ¿Estás segura?
- No tengo nada que esconder. Bah, en realidad sí, hay cosas que no debería saber nadie. Cosas vergonzosas. Pero no me importa, quiero que leas todos mis secretos.
Su vida como un libro abierto, literalmente. Eso era lo que me ofrecía, mucho más de lo que había esperado.
Mientras tanto, debía asistir al cumpleaños de un compañero, el “Boli”, que a pesar de su apodo no era boliviano. Era uno de los nuevos que, de a poco, se fue integrando al curso para convertirse en una de las presencias más desagradables y molestas que pudiéramos haber conocido.
Aún así, fui con mis compañeros a su maldito cumpleaños. El lugar era una especie de disco bar llamado Mister House, y había resultado bastante grande para la poca gente presente.
Como la mayoría de las veces, tuve la buena idea de tomarme un litro de vino antes de entrar. Adentro nos dieron una mísera lata de cerveza, pero fue suficiente para estar un poquito más ebrio de lo que ya estaba. Pasé el resto de la noche tratando de permanecer sentado en una silla, sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano. A mi lado, Andrea tranzaba con Lui.

domingo, 12 de julio de 2009

LIBRO SEGUNDO

CAPITULO XIII

Con Celeste éramos algo así como novios, nos habíamos enamorado y no podíamos prescindir el uno del otro. El amor era un sentimiento tan extraño y nuevo que no sabía qué hacer con él. Me dominaba completamente. Todo lo que pensaba acerca de mi necesidad de aislamiento dejaba de ser claro para mí. Quería que compartiésemos cada momento, la soledad que antes protegía con celo me resultaba tediosa. Mis horas de angustia habían terminado por una pequeña de ojos azules que jugaba al hockey y quería matar a su padre.
Lo malo que encontraba en este amor era la necesidad irrefrenable de estar junto a ella. Saciar tanto deseo parecía imposible. Dependía de sus palabras y de sus movimientos, y cuando no la sentía cerca veía cuan vacía era mi vida, porque Celeste no me completaba sino que era todo en mí.
Lamentablemente, no podía acompañarme los viernes en Palmira, debido a que allí no la hubieran dejado entrar por ser menor de edad. Después de medianoche no se permitían menores en ninguna parte, por lo cual, una de esas noches nos separamos y nos despedimos hasta el día siguiente.
La mayor parte de mis compañeros estaban en ese boliche. Con el Hipo y otros más comenzamos a tomar cerveza, como era barata tomamos muchas. La cerveza por sí sola no me hacía efecto, pero antes de entrar había tomado vino y antes de que me diera cuenta ya estaba bastante mareado.
El vino más barato que recuerdo haber bebido fue uno blanco en tetra brik llamado “El arriero”, costaba cincuenta centavos y no puedo recordar a qué sabía. El envase mostraba una foto en blanco y negro de una vaca.
Tirado en el piso, alguien de seguridad hizo un ademán para que me levantara. En realidad, no estaba tirado sino sentado con las piernas extendidas con intención de entorpecer el tránsito.
Hasta las tres de la madrugada la música que pasaban era rock nacional, y después, todo era cumbia. Mi presencia allí era un flagelo insoportable. Precisamente, después de las tres, mi estado de embriaguez comenzaba a oscurecer todo lo que había de bueno en mí. El alcohol que antes servía para divertirme, me devolvía a una realidad mucho más deplorable que la que vivía cotidianamente.
El karaoke, invento japonés, también tenía su espacio en ese boliche. Era cansador, y tan solo divertía a los amigos del que se animaba a cantar. Muy afortunado me consideraba por ser un bebedor social. Esas situaciones requerían de mi total falta de lucidez.
Lo que me convertía en un bebedor social, era el deseo de desprenderme de las personas que me rodeaban. Estaba convencido de que nunca me convertiría en un bebedor solitario, porque ese paso me destruiría. Nada más tomaba alcohol para pasarla bien y simular cuando no lo estaba. La vida era mucho más fácil cuando me emborrachaba, mi pasado se extinguía y desconocía lo que podría llegar a ser el futuro. Encontraba nuevos mejores amigos adonde viese, y las chicas parecían más lindas, aún con el peor maquillaje. Descubrí que el borracho es aceptado por la mayoría, siempre y cuando esté plenamente alegre y lleno de energía, de lo contrario, es dejado a un lado o en el peor de los casos abandonado en un terreno baldío. Mi caso se correspondía con los dos ejemplos anteriores. Hasta las tres de la madrugada me divertía como los demás, pero inmediatamente pasada esa hora, me embargaba una tristeza enorme. Todos notaban mi expresión, mi rostro era rígido y mi mirada perdida, como un cadáver fresco, recientemente asesinado.
Al terminar la larga noche, salimos de Palmira y cruzamos hasta una estación de servicio. Andrea y Cristina hicieron un comentario acerca de mí, aunque no alcancé a escuchar bien lo que dijeron. Luego, sentados adentro de la estación, Andrea me dijo: “¿Por qué no te tomás un café?”. Lo que quería era tomar más vino para luego tirarme al mar y morirme.

sábado, 11 de julio de 2009

Terminó la primer parte del libro, pero a no desesperar, faltan cuatro más, por lo que me queda escribir un montón.
Hasta el momento a todas las personas que lo leyeron les ha gustado, así que tengo un 100 % de aceptación.
Gracias por la magia.

viernes, 10 de julio de 2009

XII

CAPITULO XII

El domingo vino Celeste a visitarme, dediqué el día para ella. Le mostré mis libros, mis discos, todas mis cosas, como hacen los chicos cuando invitan a un amigo a jugar a su casa. Por fin le entregué algunos de mis cuentos y los leyó frente a mí, cosa que me incomodó un poco.
- Están buenos, me gustan. ¿Hace mucho que escribís?
- Hace tres años nada más.
- ¿Este cuento está terminado? – Me preguntó.
- ¿Cuál?
- No tiene título, es este del que vive encerrado.
- No, por ahora es sólo un retrato, no se me ocurrió ninguna historia para él. ¿Querés darme alguna idea?
- No, yo no tengo imaginación.
Estábamos en mi habitación, sentados en la cama porque solamente tenía una silla.
- A mí me da la impresión de que este personaje sos vos, ahora que te veo tirado en la cama. Te gusta pasar los días acá encerrado, en la semioscuridad.
- La persiana está rota, por eso no la levanto toda – le aclaré.
- Pero te gusta vivir así.
- Es la vida que tengo. No te pongas a sacar conclusiones por lo que escribo porque te vas a volver loca.
- ¿Trajiste a alguna otra chica antes que a mí?
- No – sonreí-, acá no, no es un lugar muy amistoso para traer a alguien. No sé por qué te hice venir.
- Pero a mí me gusta este lugar, solo digo que lo mantenés oscuro.
- Sí, es lúgubre y deprimente. Creo que te invité para que me conocieras un poco mejor.
- Si no me contás nada no te voy a conocer mejor, aunque me muestres toda tu casa.
- Bueno, pero empezá vos primero, contame algo más de tu vida.
- No sé que querés que te cuente… a ver, algo que no sepas, que juego al hockey, hago tae kwan do.
- Demasiada actividad física. ¿Te estás entrenando para matar a alguien?
- Ja, ja, tal vez.
- ¿A quién te gustaría matar?
- A mí papá.
- ¿En serio? ¿Por qué?
- Porque es un pelotudo.
- Ah, es un buen motivo. ¿Vivís con él?
- Sí, y con mi mamá. Tengo una hermana, pero es más grande y no vive más con nosotros.
- La envidias.
- ¿Por haberse ido? Sí.
- Pero vos todavía sos chica para irte.
- Espero que se vaya él algún día, o que se muera porque sino lo voy a tener que matar yo.
- Aprovechá ahora que sos inimputable.
- Ja, ja, no me des ideas.
Seguíamos en la cama, sin intención de movernos.
- ¿Escuchás eso? – Le pregunto a Celeste.
- ¿Qué cosa?
- Las voces.
- Sí, escucho voces, ¿Quiénes son?
- No sé.
- ¿Cómo que no sabés?
- No, no sé quienes son.
- Para, boludo, no me asustes. ¿Cómo no vas a saber quienes están en tu casa?
- Siempre son las mismas voces, los escucho hablar pero no los vi nunca.
- ¿Hace cuanto?
- Desde siempre.
- ¿Y de qué hablan?
- Creo que la mayor parte del tiempo hablan de mí, jamás oí que dijeran algo bueno. No sé por qué están acá, ni por qué vinieron ni cuando pensarán irse, pero tengo que soportarlos mientras viva en esta casa. Trato de ignorarlos pero es imposible, los murmullos atraviesan las paredes y me atacan sin descanso.

jueves, 9 de julio de 2009

XI

CAPITULO XI

El sábado me levanté de la cama cerca del mediodía. Una luz intensa podía ver por la ventana, pero eso no pudo despertarme antes, tampoco el ruido me molestaba. Mi sueño era difícil de interrumpir. Cualquier cosa que sucediera a mi alrededor, la incorporaba a mi sueño y dejaba de ser una molestia.
Ese día lo pasaría encerrado, comiendo y mirando películas en la televisión. Era uno de esos días tristes en los que todo parecía estar mal, por lo tanto, era mejor levantarse tarde.
Por ese entonces, mi libro preferido era “El lobo estepario” de Hermann Hesse. Sentía una directa identificación con Harry Haller, por su vida solitaria y monótona. A decir verdad, anhelaba llevar ese tipo de vida, libre de ataduras sociales y dedicado enteramente a la lectura. Aunque pensándolo mejor, en este nuevo siglo había otras cosas de qué disfrutar además de los libros. El consumo cultural doméstico podía ser muy explotado, aún sin Internet.
De eso trataría mi próximo cuento, me centraría en la descripción de un personaje que viviera su miserable existencia enclaustrado en su habitación. Verdaderamente simpático.
Luego de comer un almuerzo consistente en algunas milanesas, comencé a pensar en el protagonista de mi cuento. Debía tener más o menos mi edad, porque es mucho más fácil retratar a alguien de la misma edad que uno. Además, mis escasos lectores eran tan jóvenes como yo y tal vez se verían reflejados con el personaje.
Mi cuento sería un retrato en el que se representaría el encierro como una forma de vida autosuficiente, equilibrada y destinada a unos pocos elegidos. La cuestión del elegido le daba un carácter místico al asunto y, además, hacía de la vida vulgar y cómoda de un sujeto algo heroico.
Empecé a escribir y lo hice alrededor de una hora, hasta que mi mente se dispersó y no pude concentrarme otra vez en lo que estaba escribiendo. Prendí la televisión y me quedé viendo una película. Recluido como estaba no lograba afectarme ningún sonido proveniente de la calle, era una manera de estar en paz conmigo mismo, mirando la televisión.
El día estaba oscureciendo cuando me preparé un té. Las infusiones son adictivas y le quitan blancura a los dientes.
Retorné al texto. El personaje se había encerrado, pero con tal obsesión que se quedaba horas mirando las puertas y ventanas, revisando una y otra vez que la puerta estuviese cerrada con llave, que los pasadores estuvieran bien atornillados; tenía miedo de lo que pudiera pasar. Se asustaba de tan solo imaginar que la puerta se abriera estando él desprevenido, o de que alguien entrara por la ventana. Ese temor lo hacía sentirse vivo por unas horas.
Mientras tanto, yo tomé la precaución de cerrar la puerta de mi habitación, era la única forma de que las voces que habitualmente escuchaba no llegaran a mí con tanta intensidad.
El relato transcurría sin sobresaltos, conforme al estilo de vida de mi personaje. Con películas bajadas de Internet, unos cuantos juegos en la computadora y algún que otro libro a medio leer descansando por allí, los días se hacían más cortos y la oscuridad no se limitaba a la noche. La noción del tiempo era débil, podía estar más de veinte horas sin descansar un ojo y después dormir doce horas seguidas. No tenía novia, no tenía amigos, no salía a ninguna parte, sin embargo, estaba a gusto con su vida. No podría vivir de otra forma, no sabría cómo hacerlo.
En mi vida hubo algunos intentos por integrarme a los grupos que me rodeaban, pero nunca pude congeniar totalmente. No me sentía igual al resto, me veía superior y no podía adaptarme a sus reglas. Mis preocupaciones se centraban en mi propia persona, trataba de entenderme siendo que no lograba comprender a los otros. Este egocentrismo se hacía más presente con la soledad, como si fuese un arma comprada para protegerme, hasta que llegase el día en que disparase a mi cabeza.
Seguía el relato sin llegar a ninguna parte, iba directamente a la nada. Y ahora el personaje sufría la falta de oxígeno y la falta de luz solar. Enfermaría si no escapaba de ahí por unos minutos.
Al menos no era aburrida esa clase de vida, no obstante había dejado de ser suficiente para mí. Necesitaba ver a Celeste, así que la llamé para que viniera.

miércoles, 8 de julio de 2009

X

CAPITULO X

Había una motivación Celeste para escribir, que tal vez pudiera haberse trasladado a otras actividades si las hubiese tenido. Era necesario que me acercara más a ella para desarrollar mi ofuscada creatividad. Era algo distinto al amor lo que me atraía, un deseo de bienestar momentáneo que se manifestara en palabras. Un deseo que no recordaba haber tenido.
Hablé con Celeste ese fin de semana, durante la noche en el pool, como solíamos hacer. Ese ambiente era inofensivo para nosotros dos, nunca sucedía algo fuera de lo común que nos alarmara.
- ¿Siempre tomás cerveza? – Me preguntó Celeste.
- Acá, de vez en cuando. Por lo general, tomo cerveza en Palmira, o antes de salir. En realidad no me gusta tanto la cerveza, prefiero las bebidas más fuertes.
- ¿Y por qué tomás cerveza?
- Porque todo el mundo toma cerveza, supongo. Además, cuando salgo no sé que pedir, me cuesta elegir. Por eso para hacerla más simple voy a lo seguro y termino tomando cerveza.
- Te dejás llevar por la mayoría.
- Sí, pero para no complicarme la existencia.
- Me parece que tu existencia ya está complicada.
- La vida es complicada.
- Acordate de que me tenés que pasar algo de lo que escribís.
- Sí, después te paso algunas cosas.
El lugar era inofensivo pero ruidoso. Los taconazos a las bolas de billar parecían responder a un ritmo que se repetía. Las conversaciones entrecortadas alrededor de cada mesa tapaban la música que no era de mi agrado.
Celeste también prestaba atención a los ruidos. Pensé que podría enamorarme de ella, aunque sabía que no sería feliz conmigo. Pero lo pensaba cuando estaba cerca de mí.
Un tiempo atrás había escuchado en una radio acerca de la música concreta, que se hacía con cucharas u otros elementos. Luego tomé conocimiento del arte sonoro, una música que se compone con los sonidos del ambiente. Cada persona puede crear su propia música con tan solo escuchar lo que sucede a su alrededor.
En ese lugar había mucha música, tanta como para editar un buen disco. Las melodías no eran nítidas pero no quería melodías en ese momento. Escuchaba los sonidos amontonados y dispersos, y yo los ordenaba según mi parecer.
Salimos de allí y caminamos un poco. Todas las noches había picadas de autos en Constitución y Patagones. Yo deseaba que alguno se matara con el auto porque las carreras no me interesaban. Tampoco me gustaban los autos, pero hacían mucho escándalo y era imposible no prestarles atención.
- ¿Te gustan las picadas? – Le pregunté a Celeste.
- Más o menos. No me interesan mucho.
- A mí tampoco, pero ya que estamos acá vamos a ver.
Apenas nos desplazamos un trecho el semáforo se puso en verde y dos autos salieron arando. No supimos cuál ganó, al final de la cuadra continuaron su camino seguidos por otros autos que emitían el mismo ruido ensordecedor.
Cuando el tránsito volvió a la normalidad, pude oír a Celeste caminar. Recordaba a los autos en silencio.
- Ahora podemos escuchar nuestros propios pasos – le comenté.
- Sí, es la primera vez en esta noche que me escucho caminar.
- Cuando camino, a veces me canso de mantener un mismo ritmo, entonces demoro el paso para cambiar y escucho los sonidos con más detenimiento.
- Yo no camino mucho. A la escuela voy en bici y si tengo que ir a otra parte o ver a una amiga también uso la bicicleta.
- Podés escuchar tu respiración. Como si fuera música. Aunque no lo creas es entretenido.
- Tenés unas formas de divertirte muy raras.
- No es que sea divertido, es entretenido, es una manera de distenderme.
- Lo malo es que siempre vas a escuchar la misma música porque vas a caminar y a respirar igual que como lo hiciste toda tu vida.
- Pero la música que escuche depende del estado mental en que me encuentre. Según cómo me sienta voy a prestar atención a determinada clase de sonidos.
- Me sigue siendo difícil de entender.
Caminamos hasta la playa y nos sentamos a ver la espuma blanca de las olas en medio de aquella oscuridad. El sonido de las olas parecía no repetirse jamás. Como no sabía que más decirle la besé.

lunes, 6 de julio de 2009

IX

CAPITULO IX

Tiempo de escribir un nuevo relato. Me encantaba un tema de Iron Maiden llamado “Infinite Dreams”. Quería hacer algo con esos sueños.
La noche era silenciosa, no había voces molestas y el tránsito en la calle era menor, por eso podía concentrarme con más facilidad a la hora de escribir, que últimamente se estaba convirtiendo en una costumbre. Por suerte.
El misterio seguía siendo un tema recurrente de mis cuentos. Así como ocultaba cosas de mi vida, quería mantener ocultas ciertas partes de los relatos para generar angustia al leerlos. Era una forma de transmitir el dolor, desentendiéndome de extensas descripciones y explicaciones detalladas.
Los sueños placenteros terminan rápidamente y son la razón de que sea tan odioso despertarse para un nuevo día. Con las pesadillas me pasaba lo contrario, eran interminables. Se convertían en grandes historias, cada vez más y más terroríficas y que no guardaban el menor sentido. En las peores, llegado a un punto de extensión en el tiempo, tomaba conciencia de que estaba formando parte de un mal sueño, sin embargo, al querer despertar, no podía hacerlo y me veía embargado de una gran impotencia. Eso era peor que la pesadilla misma. Verme encerrado en la eternidad. No despertaba luego, como muestran en las películas, con un grito y sentándome en la cama, por el contrario, sacudía involuntariamente alguna parte de mi cuerpo y despertaba tratando de entender que nada había sido real. Mis gritos eran ahogados, sordos, tal como debían ser para no ser percibidos.
Gustavo dormía en la cama, hasta que un fuerte viento abrió la ventana rompiendo uno de los vidrios. Entonces despertó y miró a su lado notando que su mujer no estaba. Lo primero que pensó fue que ella estaría abajo mirando televisión. Pero cuando bajó no la encontró sola, sino con el brazo de un hombre apretándole su cuello y un arma apuntándole a la cabeza. A su izquierda, otro hombre con una pistola le apuntaba a él, y además, lo saluda con un “Buenas noches”. Luego aparece un tercero comiendo una torta de cumpleaños, lo sigue otro más que llevaba consigo una escopeta y un sobre con quince mil pesos. La mujer no comprendía absolutamente nada. El hombre que tenía en la mira a Gustavo era el líder y ambos se habían conocido por negocios. “Seguramente se acuerde de mí, y de lo que habíamos pactado”, le había dicho, estas palabras intrigaron a la mujer. Pero el hombre acabó con ella de un disparo.
Ese no fue el fin, porque todo comenzó de nuevo con el disparo. Gustavo despertó, creyendo que lo hacía de una pesadilla, pero la ventana estaba abierta como en su sueño y su mujer tampoco descansaba con él. Cuando bajó las escaleras vivió nuevamente lo que pensó que sólo había acontecido en su sueño. Aunque no fue un simple sueño, según le hizo saber el líder diciéndole: “nos volvemos a ver”. El desenlace fue el mismo, su mujer asesinada por un disparo. Y como en la vez anterior, Gustavo despertó de su sueño luego del disparo, bajó las escaleras nervioso. Sin embargo, nada aconteció, todo se encontraba a oscuras y nadie había entrado a la casa. Hasta que finalmente se topó con el cuerpo de su esposa en el piso, asesinada.
Concluí el cuento y di fin al sueño infinito. Los castigos en el infierno eran eternos, el condenado tenía que sufrir una misma pena por toda la eternidad. Yo me compadecí de Gustavo y le hice realidad su sueño para que no tuviera que cargar con ese castigo eterno.
Había detalles que al volver a leerlos me parecían extraños. ¿Cuándo un ladrón dice “Buenas noches”? Claro que no era un ladrón simplemente, era alguien que había entrado en los sueños de una de sus víctimas. Pero me preocupaba la falta de verosimilitud de ese “Buenas noches”. Tal vez ninguna persona que lo leyera repararía en ese detalle, teniendo en cuenta el relato en su totalidad. Jamás me había preocupado por la verosimilitud hasta ese entonces, esa palabra no era conocida por mí. Me interesaba contar una pequeña historia, que fuese creíble no era de importancia.
El saludo amistoso de un ladrón cambiaba todo. Evidentemente, Celeste estaba haciendo algo malo conmigo. Quería perfeccionarme. Ella no me lo pedía pero yo quería hacerlo. Aún no le había dado a leer ninguno de mis cuentos, pero pensaba hacerlo y quería que tuviera una buena impresión de mí. No era necesario, porque no iba a conocerme mejor leyéndome, no iba a cambiar su visión de mí. Pero, pese a esto, de ahí en más escribiría para ella.

domingo, 5 de julio de 2009

VIII

CAPITULO VIII

¿Cuánto tiempo tenía que pasar para que mi cuento dejara de gustarme? No mucho. Debía reconocer que algunas cosas eran rescatables, pero mi autocrítica siempre fue muy severa. El argumento no era gran cosa.
Una mujer era retenida en un sótano, atada de pies y manos a una silla. El frío que sentía era intenso y le erizaba la piel. Ella escuchaba una voz, la de su raptor. Este era un hombre que gustaba de pensar en voz alta, y eran precisamente sus pensamientos los que la mujer escuchaba. El sótano era el de una casa ubicada a pocos metros de la playa. Allí vivía aquel hombre, que utilizaba su sótano para mantener ocultas a sus víctimas. El patrón que unía a todas esas mujeres era el color de sus ojos, todas ellas tenían ojos azules. Era eso lo que lo atraía hacia ellas, porque su fallecida esposa tenía el mismo color de ojos, y cualquier mujer que se la recordase caía en el sótano. El destino de ellas quedaba en sus manos, y en un cuchillo afilado con el que extraía del cuerpo con vida los ojos de esas mujeres.
No pasaba más que eso, era una historia de terror con un demente como protagonista. No había castigo para el asesino, nada se interponía en su camino y ninguna cosa cambiaría en el futuro. Así de horripilante.
Los ojos de Celeste eran azules, como los de la mujer del cuento. Pero no pensaba en ella mientras escribía, sólo en sus ojos. Nunca había escrito un poema, así que no sabía si podía escribir un poema de amor sobre sus ojos. Tampoco sentía muchos deseos de hacer algo así, por lo que un cuento de terror fue lo mejor que pude escribir. Quise mantenerla atada, saber que podía hacer cualquier cosa con ella, divertirme con su sufrimiento.
El lunes nos vimos en la escuela. Éramos distintos durante el día, aunque tal vez no fuera la luz del sol lo que nos cambiaba, sino más bien estar dentro de la escuela.
Los recreos duraban por regla diez minutos, pero siempre se extendían a quince, nada interesante pasaba en ellos, ya que nunca alcanzaba el tiempo para que sucediera algo. En uno de esos recreos nos encontramos. Crucé el patio, que era uno de los más feos que podían haber hecho, metros cuadrados de cemento que incrementaban la desazón.
- Hola, Martín.
- Hola, ¿cómo andás?
- Bien, ¿y vos?
- No sé, me quiero ir de acá.
- Como todo el mundo.
- Podemos escaparnos.
- Capaz que otro día. ¿Hiciste algo el fin de semana? Además del viernes.
- Eh… sí, escribí un cuento. Hacía mucho que no me salía nada.
- ¿De qué trata?
- Es un cuento de terror.
- Me tenés que pasar algo de lo que escribís.
- No es gran cosa, no te estás perdiendo de nada.
- Dejá que lo juzgue yo, por lo menos. Decime, ¿vos vas a bailar?
- No, no me gusta. Me siento mal en esos lugares.
- ¿Por qué? ¿Qué tienen?
- Nada… Pero ver gente bailar no me divierte. Todos parecen pasarla bien y me siento bastante desubicado por no divertirme.
- Pero tampoco sabés bailar.
- No. Si no me gusta ver gente bailar, no voy a disgustar a alguna otra persona que sea como yo poniéndome a bailar.
- ¿Hay otros como vos?
- Debe haber alguno aunque personalmente no conozco a nadie.
- ¿Cómo te va acá en la escuela? ¿Bien?
- Más o menos. Nunca me va bien. ¿Y a vos?
- Bien.
- Seguro que estás todo el día estudiando.
- No, nada que ver. Supongo que tengo suerte y por eso me va bien.
- Yo nunca tuve suerte. Y eso de tener que conseguir las cosas con esfuerzo, cada vez me gusta menos.
- Pero lo que conseguís con esfuerzo lo disfrutás más.
- Lo que pasa es que yo ya no disfruto de ninguna cosa, ni de lo que me toca por casualidad, ni de lo que logro con esfuerzo.
- ¿Habrá otros que sentirán lo mismo que vos?
- Debe haber, no estoy seguro.

sábado, 4 de julio de 2009

VII

CAPITULO VII

De las historias que imaginaba no escribí ninguna, no tenía ganas de sentarme frente a un papel en blanco. Algún que otro día escribiría algo, no tenía apuro.
Sin darme cuenta, la semana había pasado y me encontraba nuevamente en el pool, aguardando a que apareciera aquella chica de cabello rubio. No la había visto en la escuela los últimos días, por eso estaba seguro de encontrarla en el único lugar donde habíamos hablado.
Me senté afuera y miré hacia ambos lados durante un buen rato. Por suerte, apareció. No pude evitar sonreír al verla, siempre me castigo por no reprimirme cuando más debo hacerlo.
- ¿Dónde te metiste todos estos días?
- Anduve por ahí.
- ¿Entramos?
Ninguno de los dos había ido solo, sin embargo, nos sentamos aparte y hablamos.
- ¿Cómo te llamás?
- Celeste.
- El otro día me olvidé de preguntarte.
- No hablamos mucho esa vez.
- No soy muy… conversador.
- Pero conmigo hablás. Contame algo de vos.
- No me gusta hablar de mí, no sirvo para las presentaciones.
- No te gusta jugar al pool, es lo único que sé de vos.
- A vos tampoco te gusta, y eso también es lo único que sé de vos.
- Bueno, pero decime algo que te guste hacer, cualquier cosa.
- … escribir cuentos… boludeces, nada importante.
- Nunca conocí a nadie que escribiera. Y debés leer un montón, me imagino.
- La verdad que no, leo poco, siempre los mismos libros.
- Yo tampoco leo mucho. ¿Y qué música escuchás? ¿Te gustan los Stones?
- Sí.
- A mi me encantan.
- ¿Cuál es el disco que más te gusta?
- Creo que “Aftermath”. Me gustan la mayoría. Empecé con “Bridges to Babilon” y después fui consiguiendo todos los otros. Casi todos.
- A mí el que más me gusta es “Their Satanic Majesties Request”, supongo que porque es el más raro, el que más me llamó la atención. No tiene mucho que ver con los demás.
- Tenés que ser fanático para que te guste ese disco.
- No, creo que me gusta porque tiene canciones raras, como la de Bill Wyman. El tema que más me gusta es She´s a Rainbow.
- Sí, es relindo ese tema.
Conocí algo más de ella, empezando por su nombre. Fue una linda noche. Cuando regresé a casa aún no podía creer que me hubiera sucedido a mí. Aunque sabía que era muy pronto proyectar el futuro, confiaba en que resultaría algo bueno de todo esto. A decir verdad, confiaba en las personas, estaba tan resignado con la vida que ya no me importaba lo que sucediera conmigo.
La mirada de Celeste me daba bastante calma. Ella era distinta a mí, pienso que era feliz. Pero no era tonta, y eso me consternaba, porque creía que las personas inteligentes nunca eran felices, sino que siempre tenían problemas. Pese a ello, si había una cosa que había aprendido por ir a la escuela, era que mi inteligencia no era como pensaba, sino que por el contrario, se había convertido en algo obsoleto.
Esa noche, al fin escribiría, inspirado por Celeste o porque no tenía sueño ni nada mejor que hacer. Lo primero que vino a mi mente fue un título: Morboso centinela. Primero inventaba los títulos y a partir de ahí, imaginaba una historia. El título me servía de punto de inicio para la improvisación, porque todos mis cuentos eran el resultado de la improvisación. Terminaba un párrafo y no sabía como empezaría el siguiente. Pero luego de toda una noche daba por finalizada una historia. Miraba hacia fuera, hacia la calle, veía comenzar un nuevo día cuando yo apenas terminaba el anterior. Estaba cansado y con sueño, arrepentido por haberme quedado despierto pero complacido por lo logrado.

miércoles, 1 de julio de 2009

VI

CAPITULO VI

Mientras despertaba de un largo sueño recordaba a la chica del pool o chica de la escuela, no sabía su nombre y era mejor que se lo preguntara. Ya era lunes y volvería a verla. Hacía mucho que no sentía ansiedad.
La cantidad de inasistencias que se permitían era de veinticinco. Abusar de ellas en las primeras semanas resultaba algo muy tentador, debido al buen clima de los días de marzo. Así lo creía también el Hipo, que era el primero que pensaba en ratearse al llegar a la puerta de la escuela.
- ¿Nos rateamos? – Me preguntó ni bien llegué a la puerta.
- Bueno. – Mi corta respuesta.
Caminamos las más de veinte cuadras hasta la casa del Hipo, aunque hubiera sido mejor ir en bicicleta.
- Si viene mi mamá, díganle que salimos antes. – Nos advirtió el Hipo. Aún no eran las dos de la tarde y entrábamos a clases a la una y cuarto, habíamos salido con mucha anticipación.
Mi prioridad cuando llegaba a esa casa era poner algo de música, por eso siempre llevaba algún casete. En esa ocasión tenía “Master of Puppets” de Metallica, aunque lamentablemente el Hipo lo sacó porque decía que de Metallica sólo le gustaba lo viejo.
Esa tarde fue desperdiciada, como todas las demás, pero aún así, era agradable perder ese tiempo. Y además, saber que era tiempo irrecuperable.
Permanecí sentado mientras mis compañeros hacían uso de su capacidad mental tiñéndose los vellos de ciertas partes. Esa visión tan desagradable me hizo pensar en la chica del pool. Generalmente, no necesitaba establecer ninguna relación clara entre el presente y el pasado, por lo que una bolsa de supermercado llevada por el viento a través de una calle, podía hacerme recordar algún capítulo de los Simpsons.
Seguramente, si hubiera entrado a clases, la hubiese visto y al menos le preguntaría su nombre. Pero no ocurrió, y ahora debería esperar hasta otro día.
El tiempo irrecuperable se extendía con lentitud, en tanto los vellos púbicos adquirían una tonalidad amarillenta. El Hipo, por su parte, nos contó una anécdota memorable de cuando tenía catorce años. La historia era la siguiente, el Hipo tenía una novia y una vez, en la casa de ella, habían tenido sexo en el living. Como no usaban preservativo, el Hipo iba a acabar afuera, más precisamente en un pañuelo descartable, y esa rápida solución le daría problemas más tarde con la llegada de la madre de la chica. Así fue que, luego de los normales saludos, el Hipo se dio cuenta de que había dejado el pañuelo sobre la mesa. También lo notó la madre de la chica, que dirigió su mano hacia el pañuelo para tirarlo, pero antes de que eso sucediera, el Hipo se abalanzó hacia el pañuelo al frágil grito de “¡no, espere!” y lo tomó entre sus manos para sonarse la nariz. Así concluyó la anécdota.
En definitiva, se había restregado un pañuelo con semen por la nariz. Los espermas habían vuelto a él, cumpliendo de esa forma un recorrido irregular.
Ese relato tan encantador nos entretuvo por un rato, pero después de escucharlo pensé en que otros finales pudo haber tenido. Pensé en la madre de la chica sosteniendo el pañuelo descartable mientras se escurría el semen por su mano, eso tal vez podría haber sido más interesante. Quizás hubiera sido una historia más graciosa de contar. Me daba lástima no poder cambiarla.
Hacía ya mucho tiempo que no escribía un cuento, no estaba seguro de mis habilidades por la falta de oficio en la escritura. Todo lo que hacía era figurarme en mi cabeza nuevas historias que jamás llevaría al papel. Ahora me divertía modificando el relato del Hipo, sin que él lo supiera, porque tenía la sensación de que en realidad no le gustaban mis historias.
Sin embargo, sus preferencias no me quitaban el sueño, por lo tanto, continué reelaborando su anécdota de la siguiente manera. El pañuelo era olvidado en la mesa hasta ser descubierto a la noche por toda la familia durante la cena. Al parecer, todos los finales que se me ocurrían tenían en común la puesta en evidencia del Hipo. Era algo inconsciente en mí, como una venganza, aunque me encontraba motivado por hacer esa anécdota mucho más graciosa.
A pesar de todos mis esfuerzos, no pude superar su historia verídica, porque el semen en su nariz no tenía comparación con nada. Había ganado él, sin saberlo siquiera, acabando en un pañuelo descartable y pasándoselo por la nariz, frente a la madre de la chica. Era tan simple como eso.

domingo, 28 de junio de 2009

V

CAPITULO V

Era tiempo de salir otra vez los fines de semana. Ahora estaba obligado a hacerlo, no me quedaba más remedio que integrarme a la vida social que había rehuido. Formaba parte de ese mundo y por ello, los demás esperaban algo a cambio.
El punto de partida para cualquier salida era la casa del Hipo, lugar de puertas abiertas donde nunca había nada para comer, pero todos iban ahí. El Hipo vivía con la madre y los hermanos, y ya estaban acostumbrados a tener gente en casa todo el día.
En un comienzo, éramos pocos los que pasábamos por su casa, luego fueron sumándose el resto de los compañeros y prácticamente todo el curso tuvo su pequeña estadía allí.
La primera noche que arreglamos para salir fue la de un viernes. De ahí en más saldría casi todos los viernes con ellos, al menos unos meses. Íbamos a un pequeño boliche de Constitución llamado Palmira, su principal atractivo era la entrada gratuita. Y en algunas ocasiones, hacíamos una parada en un salón de pool ubicado a unas cuadras de allí.
Precisamente aquel primer viernes fue una de las ocasiones en que estuvimos en el pool. Para mí era bastante fastidioso tener que ir porque nunca fui jugador de pool, por lo cual, mi transcurso en ese sitio resultaba en una espera tediosa. Aguardaba que sucediera algo sobrenatural que entretuviera mis sentidos. A decir verdad, tampoco disfrutaba de la idea de entrar después a un boliche, pero cuando estaba en el pool, solamente odiaba estar allí, me gustaba ir por partes con mi disgusto.
Todavía temprano, estaban conmigo en el pool, Hugo, el Hipo, Andrea y Cristina. No escuchaba lo que hablaban. Mis oídos prestaban atención a la música que sonaba desde una rockola, era Metallica con la orquesta haciendo “The Outlaw Torn”. Obviamente, nadie sabía eso más que yo, únicamente a mí me importaba.
Por escuchar ese tema, no me di cuenta de que mis compañeros habían ido a jugar a una de las mesas. Cuando me vi solo preferí quedarme así. En ese momento, entró la chica rubia que había visto en la clase de gimnasia. No esperaba encontrarla en ese lugar, pero allí estaba, y un pequeño grupo de amigas la acompañaban. Por suerte, ella tampoco jugaba al pool, y en un lugar en donde lo único que había eran mesas de pool, estábamos destinados a ser el uno para el otro. Mi inutilidad y desconocimiento habían dado sus frutos.
Al contrario que el día de gimnasia en que la vi por primera vez, esa noche no me propuse observarla detenidamente, sino que distraje mi mente con otros pensamientos. Fue así que logró sorprenderme cuando se acercó para hablarme.
- Hola – me dijo sentándose cerca de mí.
- Hola – la miré bien pensando que estaría borracha.
- Me parece que somos los únicos que no juegan al pool.
- Estaba pensando en eso.
- ¿Y por qué no jugás?
- No sé jugar. No quiero aprender tampoco.
- Yo tampoco sé jugar. En realidad sé, pero soy malísima. No quiero pasar vergüenza delante de todos.
- Nadie va a estar mirando cómo jugás.
- Vos me estarías mirando como el otro día. ¿Viniste solo?
- No, vine con unos amigos. – Traté de señalárselos pero no sabía donde estaban.
- ¿De la escuela?
- Sí.
- Yo también. ¿Cómo te llamás?
- Martín, pero no te molestes en aprenderte mi nombre porque todos me llaman por mi apellido.
- ¿En serio? ¿Y cuál es tu apellido?
- No te lo voy a decir. Lo bueno de que no me conozcas de la escuela es que no escuchás mi apellido todos los días.
- Pero si te conozco de la escuela.
- Que no nos conocimos en el curso quiero decir.
- Ah, es que vos sos más grande que yo.
- ¿Cuántos años tenés?
- Quince.
- Yo, dieciocho.
- ¿Cuántos años me dabas?
- Catorce, quince. Quince está muy bien.
- Bueno, te dejo, me voy con las chicas. Después hablamos. Nos vemos en la escuela.
Me levanté para buscar a mis compañeros que no andaban muy lejos, se estaban divirtiendo y no notaron mi ausencia.

miércoles, 24 de junio de 2009

IV

CAPITULO IV

Pronto me habitué a esa nueva rutina ya olvidada. Nada había cambiado en el trayecto que unía mi casa con la escuela. El camino de ida lo hacía en colectivo y para regresar, casi siempre caminaba. Era el único deporte que practicaba.
Los primeros días de clase eran los más insulsos, servían más que nada para conocer a los nuevos profesores y a los nuevos compañeros. A la mayoría de los profesores los conocíamos hace años, y los compañeros nuevos no eran más que dos, uno tenía el aspecto de un topo y el otro era un gordo que no llamaba la atención a primera vista.
En la segunda semana comenzamos a cursar educación física, una materia que ya no entusiasmaba a nadie por el hecho de que consistía, solamente, en jugar al fútbol una hora. No valía la pena levantarse para eso. El profesor era evangelista y en el stereo de su camioneta escuchaba música gospel, también nosotros la escuchábamos porque se estacionaba junto a la embarrada canchita de fútbol. Tenía ideas contra el pelo largo pero eso no iba a hacer que me lo cortara.
Una de esas mañanas vi a una de las chicas que hacía gimnasia en el mismo “campo de deportes” donde nos encontrábamos nosotros, me detuve a verla prácticamente durante toda la hora. Como yo ni siquiera jugaba al fútbol, podía darme el lujo de quedarme sentado mirándola, hasta que fuera hora de irme, habiendo cumplido con mi asistencia.
La chica era de otro curso y había ingresado ese año porque antes no la había visto. Era linda, rubia, de muy linda cara, aunque algo niña todavía. A mí me parecía que lideraba su grupo de amigas, tal vez por ser la más linda de todas. Ella y sus compañeras corrían alrededor del campo llevando un ritmo lento.
Así fue como se me pasó la hora. Al menos durante esa clase había encontrado algo para hacer.
Dio la casualidad de que no fuera yo el único en verla, también puso su interés en ella el Hipo, aunque no era increíble que lo hiciera. Hipo estaba constantemente alerta a la presencia femenina que rondara a su alrededor, su calentura así se lo exigía.
Cuando el partido había finalizado y todos se dirigían a tomar agua de una mísera canilla, el Hipo notó la presencia de esa chica. Como su contemplación no podía ser silenciosa, buscó a alguien con quien comentar lo que veía.
Dirigiéndose a Hugo le dijo:
- Che, mirá esa mina.
- ¿Cuál?
- La rubia esa – la señaló extendiendo su brazo.
- Sí, ¿qué tiene?
- Está buenísima.
- Boludo, esas minas deben tener 14 años.
- No, no puede ser, mirá lo que es. ¿Cómo va a tener 14 años?
- ¡Preguntáles! – Sugirió Hugo con su habitual tono de enfado, que adoptaba cuando una conversación no le interesaba.
- No, preguntáles vos.
- Preguntáles vos, ¿qué te van a decir?
Hipo se acercó a las chicas que también estaban a punto de irse.
- Chicas, ¿cuántos años tienen ustedes? – Finalmente les preguntó.
Se quedaron mirándolo y le respondieron:
- Catorce.
La mente del Hipo se aturdía con facilidad por lo que sólo atinó a tocarse la nuca con la mano derecha y darse media vuelta.
- No, boludo, no puede ser – le dijo a Hugo nuevamente.

martes, 23 de junio de 2009

III

CAPITULO III

Un día de los primeros de marzo dieron inicio las clases. Veía otra vez las mismas caras y los mismos cuerpos, pero era reconfortante comenzar sabiendo que sería el último año.
La escuela estaba ubicada a pocas cuadras de la costa, en un barrio de calles angostas donde sólo podía pasar un auto por vez. Era un lindo barrio para caminar y pasear un perro.
Llegué temprano, al parecer. Entonces vi como mis compañeros aparecían uno por uno, con una mezcla de resignación y entusiasmo. Las primeras en llegar fueron Ataque y Anabella. Ataque era Florencia, pero como le gustaba Ataque 77, era más cómodo para todos llamarla Ataque. Era alta y culona, aunque no era gorda, y caminaba con tan poco ímpetu que parecía como si no tuviera ganas de vivir. Su amiga Anabella era tan alta como ella y en contraste con el cuerpo de Ataque, no tenía culo. Sin embargo, tenía un par de tetas grandes y bien duras para compensar, las cuales eran lo único por lo que debía sentirse orgullosa.
Nos saludamos y nos quedamos los tres parados sin decir nada, pero sentía que de alguna forma ellas dos se comunicaban.
- ¿Se hablan por telepatía? – les pregunté y ambas se rieron. Podía ser cierto que así fuera.
Luego fueron llegando los demás. Andrea, una petisa endemoniada y falsa con muy pocas tetas, por lo que había que conformarse viéndole sus lindos ojos azules. Junto a ella venía Cristina, su amiga inseparable. María, una especie de Britney Spears encogida con una cola muy linda.
Con ellos solía juntarse otro de mis compañeros, Juampi, que vivía muy cerca de la escuela y estaba enamorado de Hitler, o como él solía decir, admiraba el imperio que había formado.
También aparecieron Sergio y Lui, quienes eran con los que más me hablaba. Con Sergio nos conocíamos desde que empezamos la secundaria, él venía de Uruguay, pero eso a nadie le importaba, no podía llamar la atención proviniendo de aquel país. Era para nosotros totalmente intrascendente. Otra cosa que sabíamos de él era que vivía lejos, y esto resultaba en un tema de conversación recurrente para cualquiera que hablara con él. Eso y la selección uruguaya de fútbol dando lástima. Ni yo ni nadie había ido a su casa, es que en verdad quedaba lejos. Además, de tanto repetirlo las distancias aumentaban.
En una bicicleta playera andaba Lui, sólo nosotros lo llamábamos así, Lui acentuado en la “u” y quitándole la “s” final a su nombre original. Era una especie de gurú de la paz.
Hugo y T-1000 no llegaban juntos a la escuela pero eran vecinos de la misma calle. Hugo tenía la nariz grande y era fanático de Babasónicos, aunque lo primero no era relevante para lo segundo, eran las dos cosas que necesariamente debían destacarse en él. A su vecino T-1000, solo se lo podía ver con el casco cuando conducía su moto, siendo aquello una protección innecesaria para él, teniendo en cuenta su contextura de metal líquido. Al parecer, había perdido las esperanzas de retornar a su tiempo y tan sólo se conformaba con, alguna vez, regresar a Buenos Aires, ciudad que vio por primera vez al ser enviado del futuro para asesinar a Sarah Connor.
En último término había llegado Juan Pablo Stefancik, apodado “Hipo”, debido a sus habilidades equinas a la hora de jugar al fútbol. Otro sobrenombre que tenía era “El Drogón”, pero era más común decirle Hipo. Era el cantante de una banda punk y un ser humano inmaduro, terrible y simpático. Un engendro fumado de la naturaleza.
En definitiva, prometían un entretenido espectáculo para todo el año.

lunes, 22 de junio de 2009

II

CAPITULO II

La ciudad disminuía su importancia a medida que sus visitantes la abandonaban. Y era notable que eso sucediera, teniendo en cuenta que el calor y los días soleados aún eran habituales. Pero no era el clima en definitiva, lo que movilizaba a aquellas personas extrañas a retornar a sus vidas comunes, sino la nostalgia por su territorio, en donde gobernaban e imponían sus leyes.
La retirada se desarrollaba con asquerosa normalidad. Siempre sucedía de la misma manera, por lo que había dejado de ser testigo directo del éxodo. Me limitaba a verlo por televisión, cómodamente sentado en mi casa.
Me encontraba a aproximadamente tres kilómetros del mar, un inmejorable punto de referencia.
Mi casa no representaba para mí más que una pequeña suma de habitaciones, las cuales estaban provistas de ventanas. Algunas daban a la calle y eran las más requeridas cuando propiciaba la lluvia, un espectáculo que superaba a la televisión en el momento en que caían las primeras gotas y, especialmente, cuando la lluvia venía acompañada de una tormenta feroz.
Por lo que sé, siempre viví en esa casa; mis primeros recuerdos registran ese lugar, estando todas las veces solo en diferentes partes. Y de esas instantáneas vuelven a mí las voces que solía a escuchar, y que continué escuchando el resto de mi vida. De dónde provenían nunca pude saberlo. También escuchaba ruidos y puertas que se abrían y cerraban, todo esto ocurría en cualquier habitación o lugar de la casa que yo no estuviese ocupando. Era algo a lo que me había acostumbrado, porque con los años me di cuenta de que no tenía otra alternativa más que acomodarme a esa situación.
Por qué mi memoria había sido selectiva desechando los momentos felices de mi vida es algo que nunca logré entender. ¿Por qué si todas las personas que conocía tenían anécdotas alegres para contar, yo no podía recordar ninguna que pudiera transmitir un ínfimo reflejo de bienestar?
Que una parte de mi vida había sido desprendida de mi cabeza era la conclusión más optimista a la que había arribado. Develar las causas que originaron ese desprendimiento derivó en un sinnúmero de elucubraciones y conjeturas tiradas de los pelos. No obstante, era un trabajo que me mantenía ocupado. Cualquier actividad mental distraía mi atención de las voces.
El hecho de permanecer encerrado tanto tiempo hacía que pensara en ese tipo de cuestiones. Sin embargo, las vacaciones estaban terminando y yo debía comenzar un nuevo ciclo lectivo, por lo tanto, me vería obligado a concentrarme en otras cosas.
Para no olvidar el sonido de mi voz y acostumbrarme nuevamente a tener una conversación recurría a Danielle, mi amiga desde hace unos años que no veía muy seguido.
La llamé por teléfono pero, debido a las voces, no podía comunicarme muy bien por ese medio. Así que era mejor vernos en persona.
Nos encontramos en una playa. El sol estaba bajando y empezaba a refrescar. El viento era intenso, dificultaba una simple caminata. Pero era un viento fresco, bienvenido por todos a esa altura del día.
Llegamos al unísono a nuestro punto de encuentro. Ella sonriente, como siempre.
- Hola, Martín. ¿Cómo estás?
- No sé.
- Tanto tiempo sin verte. ¿Qué contás?
- Nada.
Me quedé callado un rato que aprovechamos para sentarnos.
- ¿Vos cómo estás? –le pregunté. – Nunca te pregunto cómo estás. No es que no me interese pero en los saludos no suelo hablar mucho, ni preguntar nada.
- Es cierto… yo estoy bien, por suerte. Es cierto que no hablas, pero por teléfono sos peor ¿nunca te dijeron que hablar por teléfono con vos es horrible?
- Sí, me lo dijeron. Es que me distraigo con la televisión cuando uso el teléfono. El teléfono no es para mí.
- Parece que no.
- Che, y vos ¿qué vas a hacer este año?
- Voy a empezar con Letras, a ver que tal me va, y sigo con Cine. Así que voy a estar a tiempo completo.
- ¿Cuándo me vas a hacer actuar en un corto?
- Pero si a vos ni siquiera te gusta sacarte fotos.
- Bueno, pero un corto quiero hacer. A vos que te gusta Stephen King, podemos hacer un corto con uno de sus cuentos; y de paso podría leerlo. Nunca leí nada de él, y eso que en la escuela algunos me dicen Stephen King por los cuentos que escribo.
- ¿En serio?
- Sí, aunque en realidad es uno solo el que me dice eso y lo apodan “El drogón”.
- Ja, ja.
- Debe ser porque Stephen King es un lugar común del terror, por lo popular que se hizo. Cuando me preguntan si leí a Stephen King, yo digo que sí. Incluso cuando me preguntan por uno de sus títulos yo contesto que sí, que lo leí, pese a que desconozco toda su bibliografía.
- Tendrías que leerlo, no puede ser que no hayas leído a King. Yo escribí un cuento con uno de sus personajes: Katrina, la chica muerta. Te lo voy a dar para que lo leas.
- Y hacemos un corto con ese cuento.
- Ja, ja, que insoportable. Después te aviso cuando tenga que filmar algo.
- Buenísimo.

domingo, 21 de junio de 2009

UN POEMA CASI INVENTADO


LIBRO PRIMERO

CAPITULO PRIMERO


El verano pasaba con rapidez y todas las salidas programadas quedaban en la nada. Solía entretenerme planeando lo que sería un verano ideal, como los que anticipan las propagandas de cerveza, pero luego los días se desvanecían sin que nada sucediera. Todas las personas con las que hablaba durante el año, desaparecían de mi vista durante el verano, lo que hacía que me planteara varias suposiciones sobre sus paraderos. Sin embargo, también me complacía de aquella soledad, porque me permitía despreocuparme de todo lo que hacía o dejaba de hacer. Nadie se preocupaba por mí, y eso era algo muy bueno porque así no podían molestarme.
Todos los días transcurrían con calma. No me veía envuelto en situaciones conflictivas y mis emociones no necesitaban salir a la luz. Era el equilibrio deseado, que lograba al mantenerme alejado del contacto prolongado con personas.
De todas maneras, la burbuja en algún momento se rompía, y dejaba vía libre para algún intruso. Pero era bueno que eso sucediera, ya que era algo así como salir del agua a tomar aire para volver a sumergirme.
Y en ese lapso en que tomaba aire, veía alrededor para enterarme de lo que acontecía, es decir, salía de mi encierro e iba a alguna parte. Así, también reavivaba mis hipótesis acerca del destino de aquellos con quienes solía tratar. Porque daba la casualidad de que no podía encontrar a uno solo de ellos.
Creo que se confundían entre la gente extraña que atiborraba la ciudad. Estaban rodeados de seres humanos y por eso no podía verlos. Mis ojos no estaban entrenados en la tarea de reconocer amistades. Además, cambiaban su apariencia con mayor frecuencia de la que yo estaba acostumbrado a asimilar. La ropa de verano era igual para turistas y locales, y los colores no llamaban mi atención. Pero éstas eran solamente excusas, la verdad era que no quería encontrarme con nadie. Si eso pasaba, lo aceptaba y trataba de que no fuera un mal momento. Aunque mi deseo era que eso nunca ocurriera para no desestabilizarme.
Muy fácilmente se quebrantaba la paz y era algo difícil reestablecerla. Luego de comunicarme con una persona quedaban rondando en mi cabeza sus expresiones, sus gestos, los movimientos de sus brazos, su postura y, según la estima que le tuviera, las palabras que pronunciaba. Aunque este último caso se daba excepcionalmente.
Me había pasado con algunas pocas personas, de recordar luego de finalizada una conversación, cada una de las palabras, cosa de que pudiera reproducirlas en mi mente interminablemente, aún cuando no lo deseara.
Resulta claro que siendo de este modo, era preferible que evitara cualquier tipo de contacto a fin de preservar la paz. La rutina era agradable mientras no pensara que fuera rutina. De hacerlo, sería otro motivo para perder el equilibrio. El de darme cuenta de que no daba ningún paso y que por esa razón no caía.
En cuanto me daba cuenta de esa situación sobrevenía la angustia, que era lo verdaderamente doloroso. Sentía que estaba parado sobre una cuerda, sostenida en el aire sin que pudiera al menos distinguir sus extremos, y mi cuerpo estaba cansado y no tenía deseos de avanzar o retroceder, tan solo me conformaba con permanecer allí. Pensaba que de alguna forma todo se resolvería.

sábado, 20 de junio de 2009

Fabuloso II

Hola.Una buena forma de comenzar. Con un saludo al aire.En este blog voy a subir una novela que empecé hace tiempo. Se llama "Un poema casi inventado", como un poema de Charles Bukowsky, el cual leí en una fotocopia. Y del cual desconozco su título en inglés. Pero me gustó que sea casi inventado. De hecho, mi novela es casi inventada, es una memoria ficcional, sin que siquiera yo tenga en claro que parte es de ficción y cual de memoria. Todo se me confunde. El paso del tiempo así lo quizo.El muy escaso paso del tiempo, porque aún no tengo la edad de Kurt Cobain. Puedo decir que tengo algo en común con Andrés Caicedo, los anteojos, cuando no me pongo los lentes de contacto. Y si me dejo crecer el pelo un poco más...Mis intentos para describirme son infructuosos, me cuesta hablar de mí mismo, pero lo superaré, o "lo voy a" superar. Mi nombre es Hernán Casas, y espero hacer algo no muy decepcionante con este blog, no... esperen....Este flog será genial, inconmensurablemente fabuloso!!!!!!!!!!!Me hundo en la arena hasta la próxima entrada que va a ser el primer capítulo de "Un poema...", hasta entonces.