CAPITULO II
La ciudad disminuía su importancia a medida que sus visitantes la abandonaban. Y era notable que eso sucediera, teniendo en cuenta que el calor y los días soleados aún eran habituales. Pero no era el clima en definitiva, lo que movilizaba a aquellas personas extrañas a retornar a sus vidas comunes, sino la nostalgia por su territorio, en donde gobernaban e imponían sus leyes.
La retirada se desarrollaba con asquerosa normalidad. Siempre sucedía de la misma manera, por lo que había dejado de ser testigo directo del éxodo. Me limitaba a verlo por televisión, cómodamente sentado en mi casa.
Me encontraba a aproximadamente tres kilómetros del mar, un inmejorable punto de referencia.
Mi casa no representaba para mí más que una pequeña suma de habitaciones, las cuales estaban provistas de ventanas. Algunas daban a la calle y eran las más requeridas cuando propiciaba la lluvia, un espectáculo que superaba a la televisión en el momento en que caían las primeras gotas y, especialmente, cuando la lluvia venía acompañada de una tormenta feroz.
Por lo que sé, siempre viví en esa casa; mis primeros recuerdos registran ese lugar, estando todas las veces solo en diferentes partes. Y de esas instantáneas vuelven a mí las voces que solía a escuchar, y que continué escuchando el resto de mi vida. De dónde provenían nunca pude saberlo. También escuchaba ruidos y puertas que se abrían y cerraban, todo esto ocurría en cualquier habitación o lugar de la casa que yo no estuviese ocupando. Era algo a lo que me había acostumbrado, porque con los años me di cuenta de que no tenía otra alternativa más que acomodarme a esa situación.
Por qué mi memoria había sido selectiva desechando los momentos felices de mi vida es algo que nunca logré entender. ¿Por qué si todas las personas que conocía tenían anécdotas alegres para contar, yo no podía recordar ninguna que pudiera transmitir un ínfimo reflejo de bienestar?
Que una parte de mi vida había sido desprendida de mi cabeza era la conclusión más optimista a la que había arribado. Develar las causas que originaron ese desprendimiento derivó en un sinnúmero de elucubraciones y conjeturas tiradas de los pelos. No obstante, era un trabajo que me mantenía ocupado. Cualquier actividad mental distraía mi atención de las voces.
El hecho de permanecer encerrado tanto tiempo hacía que pensara en ese tipo de cuestiones. Sin embargo, las vacaciones estaban terminando y yo debía comenzar un nuevo ciclo lectivo, por lo tanto, me vería obligado a concentrarme en otras cosas.
Para no olvidar el sonido de mi voz y acostumbrarme nuevamente a tener una conversación recurría a Danielle, mi amiga desde hace unos años que no veía muy seguido.
La llamé por teléfono pero, debido a las voces, no podía comunicarme muy bien por ese medio. Así que era mejor vernos en persona.
Nos encontramos en una playa. El sol estaba bajando y empezaba a refrescar. El viento era intenso, dificultaba una simple caminata. Pero era un viento fresco, bienvenido por todos a esa altura del día.
Llegamos al unísono a nuestro punto de encuentro. Ella sonriente, como siempre.
- Hola, Martín. ¿Cómo estás?
- No sé.
- Tanto tiempo sin verte. ¿Qué contás?
- Nada.
Me quedé callado un rato que aprovechamos para sentarnos.
- ¿Vos cómo estás? –le pregunté. – Nunca te pregunto cómo estás. No es que no me interese pero en los saludos no suelo hablar mucho, ni preguntar nada.
- Es cierto… yo estoy bien, por suerte. Es cierto que no hablas, pero por teléfono sos peor ¿nunca te dijeron que hablar por teléfono con vos es horrible?
- Sí, me lo dijeron. Es que me distraigo con la televisión cuando uso el teléfono. El teléfono no es para mí.
- Parece que no.
- Che, y vos ¿qué vas a hacer este año?
- Voy a empezar con Letras, a ver que tal me va, y sigo con Cine. Así que voy a estar a tiempo completo.
- ¿Cuándo me vas a hacer actuar en un corto?
- Pero si a vos ni siquiera te gusta sacarte fotos.
- Bueno, pero un corto quiero hacer. A vos que te gusta Stephen King, podemos hacer un corto con uno de sus cuentos; y de paso podría leerlo. Nunca leí nada de él, y eso que en la escuela algunos me dicen Stephen King por los cuentos que escribo.
- ¿En serio?
- Sí, aunque en realidad es uno solo el que me dice eso y lo apodan “El drogón”.
- Ja, ja.
- Debe ser porque Stephen King es un lugar común del terror, por lo popular que se hizo. Cuando me preguntan si leí a Stephen King, yo digo que sí. Incluso cuando me preguntan por uno de sus títulos yo contesto que sí, que lo leí, pese a que desconozco toda su bibliografía.
- Tendrías que leerlo, no puede ser que no hayas leído a King. Yo escribí un cuento con uno de sus personajes: Katrina, la chica muerta. Te lo voy a dar para que lo leas.
- Y hacemos un corto con ese cuento.
- Ja, ja, que insoportable. Después te aviso cuando tenga que filmar algo.
- Buenísimo.
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