Un Poema Casi Inventado

jueves, 22 de abril de 2010

XXVI

Capítulo XXVI

Con mi barquito de papel me preparé para ir a ver por primera vez a Almafuerte, tocaban en el club Huracán, presentando el disco “Piedra libre”. Una canción de ese disco causó cierta controversia al contener en una de sus estrofas una frase de Seineldín, pero otra frase guardé de ese disco, “eso sí que es triste”. Tomada de la versión que hacían de un tema de Cuchilla Grande, un grupo uruguayo.
Quien decía que tal o cual cosa “es triste” era Goga, el hermano del Hipo. Con él y otros metaleros fuimos a ver a Iorio, a Marciello y al baterista nuevo Bin Valencia. Si mal no recuerdo, aunque creo que sí recuerdo muy mal, nos juntamos en su casa para salir al recital. Goga tenía varios dibujos sobre la mesa, y el que más me llamó la atención fue uno que mostraba una casa y un pájaro sobre una de las ventanas. Esto originó una ligera discusión acerca de la vida del pájaro. Yo decía que estaba muerto y él defendía la vida plena del pajarito. Ciertamente, no había indicios en ese dibujo que probaran fehacientemente ninguna de las dos posturas, por lo tanto, la discusión solo se basó en conjeturas. Y así siguió por un tiempo hasta que el pájaro finalmente murió, o desde mi punto de vista, reiteró exageradamente el instante de su muerte, cayendo al piso dibujado, esa humilde línea trazada con un lápiz HB.
Fue un momento incómodo para todos. Sin embargo, lo olvidaríamos más tarde, de la mano de Almafuerte. Nos tomamos un remise para llegar al club, pero no bajamos en la puerta sino en la esquina, porque al parecer, ir en remise a ver a Almafuerte podría verse medio careta.
No entendí mucho de todo lo que hablaba Iorio porque el sonido no era el mejor, por supuesto. Aún así siempre es una experiencia agradable escuchar ese grupo. Y sentir el olor a choripan que había ahí adentro. Lo más grande del heavy nacional. También me llevé de esa noche metalera un codazo en la parte central superior de mi cabeza, y un tipo enorme que me decía “uuuuhhh, perdoname”. Una hora y media que no fue en balde. Tanto fue así que olvidé completamente mi barquito, de hecho lo perdí, y no tardaría en extrañarlo.

jueves, 8 de abril de 2010

LIBRO TERCERO

CAPITULO XXV

Como un sueño o como una pesadilla, pero nunca como algo real. Así recordaba las cosas o así sucedían realmente. Es difícil entender lo que pasó en mi cabeza y en la de los demás, ¿por qué no? También ellos contribuyeron al terror. Cuando caminaba solo por la calle un chico se me acercó y me preguntó hacia donde iba, le dije que a la escuela, y no le dije nada más. Empecé a caminar más rápido, notando que él no podía hacerlo. Aún era temprano para entrar a clases, no había casi nadie afuera, por eso me senté en un escalón de la entrada y saqué una hoja de la mochila. Con ese papel me aventuré a hacer un barquito de papel, forzando a mi memoria a recorrer los pasos.

Plegar una hoja por la mitad. Teníamos lengua y literatura, y por alguna razón nos pusimos a ver The Wall, una película que había visto de chico varias veces y de la cual recordaba siempre la escena en la que el protagonista se ve hecho de gusanos. No entendía si los gusanos cubrían su cuerpo o si era un hombre enteramente compuesto de gusanos. De cualquier forma era repulsivo. Doblar y desdoblar la hoja al medio.

Hacer coincidir A con B. Repetir el paso con C y D. La profesora dio una introducción muy desacertada acerca de Pink Floyd y esta película. Explicó que Pink Floyd era el nombre del cantante y fundador de la banda y que en The Wall se retrataba su vida, o algo así fue lo que llegué a entender. Sospecho que alguien le habrá dado esos datos erróneos con la intención... con la intención, bueno, con intención. Levantar una sola hoja de la parte sombreada. Dar vuelta la hoja y repetir el paso anterior. Inesperadamente yo dije que Pink y Floyd eran unos músicos de jazz y que la banda había tomado el nombre de ellos, creo que también agregué que el creador del grupo se llamaba Syd Barrett. Luego me imaginé a Syd Barrett esperándome en la puerta de la escuela para agradecerme por haberlo recordado. Meter la hoja sombreada entre el triángulo y la hoja de atrás.

Repetir el paso 6 con todas las esquinas restantes. La profesora no hizo caso de mi agudo y sobresaliente comentario, pero no me importó porque Syd Barrett aguardaba en la puerta. Y, como había predicho, él estaba en la puerta. Me preguntó que hacía con una hoja doblada en mi mano, le conté que intentaba hacer un barquito de papel. Así nos queda el triángulo. Se mostró muy interesado. Nos fuimos caminando tranquilamente con la atención puesta en la embarcación. Abrir por debajo como si fuera un sombrero... y juntar el punto A con el B. No había envejecido nada, mantenía su cuerpo y su espíritu de fines de los sesenta. Era lo más cercano a un póster que había caminado conmigo en la vida. Quedará un rombo con estas lineas. No le pedí que cantara ninguna canción. Levantar la punta A y hacerla coincidir con la B. Tampoco le pedí que me contara alguna anécdota difícil de creer. Girarlo y levantar la otra punta. Era un artista extraño, y a mi me conmovía gratamente su aparición. Solo con nombrarlo se hizo presente. Quedará un triángulo como este. Me confesó que le daba gusto ver como terminaba mi barquito. Era una alegría enorme. Se vuelve a abrir por debajo, como si fuera un sombrero, y juntamos A con B. Pronto podría surcar aguas desconocidas con él. Abrimos la figura que nos queda, tirando de los puntos naranjas hacia fuera.

Hubo tiempo para encender un cigarrillo, para hablar de música, de arte y de muchas cosas bellas de la vida.