Un Poema Casi Inventado

sábado, 24 de octubre de 2009

XIX

CAPITULO XIX

La cercanía con ese dolor nos paralizaba. El viento comenzó a agitarse mientras permanecíamos de pie frente al muro. E inesperadamente, vimos salir de atrás de la pared un hombre vestido con traje de casimir. Cabizbajo, tardó un buen rato en notar nuestra presencia, pero al hacerlo se mostró algo esperanzado, como si pudiésemos aliviar su angustia de alguna forma. Se nos acercó y junto a él un perro rengo que ladraba lastimosamente.
- No se vayan – nos dijo, aunque no íbamos a ninguna parte.
- …
- Necesito que me ayuden. Es importante. Es importante para mí y para ustedes.
- ¿Para nosotros? – Preguntó Celeste.
- Sí. Lo que quiero que hagan es que investiguen a una persona. Es una mujer. Y yo necesito que la sigan.
- ¿Está ahí adentro?
- En este momento sí.
- ¿Tiene algo que ver con los gritos que escuchamos?
- Sí, estuve discutiendo con ella.
- ¿Es su mujer? – Preguntó rápidamente Celeste.
- … es sólo una mujer a la que quiero que sigan. Nada más. Ustedes se van a dar cuenta de por qué se los pido. Y, tal vez, puedan llegar a saber por qué es importante para ustedes.
El pedido era extraño como todo lo que lo rodeaba, incluido el perro que no dejaba de ladrarnos. Había resultado sencillo encontrar vida en este nuevo mundo. Quizás porque no podíamos estar solos. Pero aún era demasiado pronto como para aventurar respuestas a todo lo que vimos. Además, esa mujer desconocida, supuestamente nos develaría algo relevante. Celeste estaba mucho más entusiasmada que yo, aparentemente, las misiones raras eran la eterna fuente de su motivación.
- ¿Cómo es la mujer? – Le pregunté yo para decir algo.
- Ésta es una foto de ella ( saca una fotografía doblada de su billetera, donde se la ve de perfil, parada frente a un ventanal, iluminada por un fuerte sol, del otro lado, un nombre, una dirección). Acá atrás les puse los datos. En unos días me van a encontrar y espero que me puedan contar todo lo que vieron, lo que escucharon, cualquier cosa que crean importante.
- Todo nos va a parecer importante porque no la conocemos y no sabemos qué es exactamente lo que tenemos que averiguar – respondió Celeste.
- Mejor así. Es exactamente lo que quiero. Ahora tengo que irme.
- ¿Dónde nos tenemos que encontrar?
- Simplemente nos vamos a ver. Ahora me voy.
- …(Volvió de donde había salido, y ese muro nos pareció extremadamente triste; seguimos camino).
- Mirá el agua esa – Celeste me señaló un charco, resultado de una lluvia pasajera.
- Está lleno de mosquitos.
- Ahí es donde se crían. Es el comienzo de la vida.