Un Poema Casi Inventado

jueves, 9 de julio de 2009

XI

CAPITULO XI

El sábado me levanté de la cama cerca del mediodía. Una luz intensa podía ver por la ventana, pero eso no pudo despertarme antes, tampoco el ruido me molestaba. Mi sueño era difícil de interrumpir. Cualquier cosa que sucediera a mi alrededor, la incorporaba a mi sueño y dejaba de ser una molestia.
Ese día lo pasaría encerrado, comiendo y mirando películas en la televisión. Era uno de esos días tristes en los que todo parecía estar mal, por lo tanto, era mejor levantarse tarde.
Por ese entonces, mi libro preferido era “El lobo estepario” de Hermann Hesse. Sentía una directa identificación con Harry Haller, por su vida solitaria y monótona. A decir verdad, anhelaba llevar ese tipo de vida, libre de ataduras sociales y dedicado enteramente a la lectura. Aunque pensándolo mejor, en este nuevo siglo había otras cosas de qué disfrutar además de los libros. El consumo cultural doméstico podía ser muy explotado, aún sin Internet.
De eso trataría mi próximo cuento, me centraría en la descripción de un personaje que viviera su miserable existencia enclaustrado en su habitación. Verdaderamente simpático.
Luego de comer un almuerzo consistente en algunas milanesas, comencé a pensar en el protagonista de mi cuento. Debía tener más o menos mi edad, porque es mucho más fácil retratar a alguien de la misma edad que uno. Además, mis escasos lectores eran tan jóvenes como yo y tal vez se verían reflejados con el personaje.
Mi cuento sería un retrato en el que se representaría el encierro como una forma de vida autosuficiente, equilibrada y destinada a unos pocos elegidos. La cuestión del elegido le daba un carácter místico al asunto y, además, hacía de la vida vulgar y cómoda de un sujeto algo heroico.
Empecé a escribir y lo hice alrededor de una hora, hasta que mi mente se dispersó y no pude concentrarme otra vez en lo que estaba escribiendo. Prendí la televisión y me quedé viendo una película. Recluido como estaba no lograba afectarme ningún sonido proveniente de la calle, era una manera de estar en paz conmigo mismo, mirando la televisión.
El día estaba oscureciendo cuando me preparé un té. Las infusiones son adictivas y le quitan blancura a los dientes.
Retorné al texto. El personaje se había encerrado, pero con tal obsesión que se quedaba horas mirando las puertas y ventanas, revisando una y otra vez que la puerta estuviese cerrada con llave, que los pasadores estuvieran bien atornillados; tenía miedo de lo que pudiera pasar. Se asustaba de tan solo imaginar que la puerta se abriera estando él desprevenido, o de que alguien entrara por la ventana. Ese temor lo hacía sentirse vivo por unas horas.
Mientras tanto, yo tomé la precaución de cerrar la puerta de mi habitación, era la única forma de que las voces que habitualmente escuchaba no llegaran a mí con tanta intensidad.
El relato transcurría sin sobresaltos, conforme al estilo de vida de mi personaje. Con películas bajadas de Internet, unos cuantos juegos en la computadora y algún que otro libro a medio leer descansando por allí, los días se hacían más cortos y la oscuridad no se limitaba a la noche. La noción del tiempo era débil, podía estar más de veinte horas sin descansar un ojo y después dormir doce horas seguidas. No tenía novia, no tenía amigos, no salía a ninguna parte, sin embargo, estaba a gusto con su vida. No podría vivir de otra forma, no sabría cómo hacerlo.
En mi vida hubo algunos intentos por integrarme a los grupos que me rodeaban, pero nunca pude congeniar totalmente. No me sentía igual al resto, me veía superior y no podía adaptarme a sus reglas. Mis preocupaciones se centraban en mi propia persona, trataba de entenderme siendo que no lograba comprender a los otros. Este egocentrismo se hacía más presente con la soledad, como si fuese un arma comprada para protegerme, hasta que llegase el día en que disparase a mi cabeza.
Seguía el relato sin llegar a ninguna parte, iba directamente a la nada. Y ahora el personaje sufría la falta de oxígeno y la falta de luz solar. Enfermaría si no escapaba de ahí por unos minutos.
Al menos no era aburrida esa clase de vida, no obstante había dejado de ser suficiente para mí. Necesitaba ver a Celeste, así que la llamé para que viniera.

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