Un Poema Casi Inventado

lunes, 3 de mayo de 2010

XXVII

CAPITULO XXVII

Formo parte de una intriga. Llevo puesto un buzo de Iron Maiden, con los Eddies de todos los álbumes, como la tapa de Best of the Beast. Y veo a alguien como yo, parecido, igual, dándole forma a un barco de papel. Otra vez el barco. El mismo, porque no es otro, no es distinto al que yo cree. Regresó a mí, renacido en manos de un doble, creado frente a mí, para que lo proteja, como debí hacer anteriormente.
Aquel doble, en el que no quería reconocerme, dejó el barquito de papel sobre una vereda frente al colegio. Y se fue, sabiendo que cumplía con su objetivo, y que su objetivo era solamente yo. Fui hacia él, hacia el barco, lo tomé con mi mano derecha y comprobé, con placer, que era el que había nacido de mi habilidad esquiva. El papel ya estaba algo manchado de humedad, como si hubiese permanecido en la calle, sin que a nadie le llamara la atención.
De alguna forma, podía volver atrás si lo quisiera, podría remediar mis errores sin siquiera arrepentirme. Porque al recuperar algo perdido, tenía una nueva oportunidad para rehacer. El barquito fue el ejemplo también de que ya no gobernaba mi vida. Las cosas se daban de manera inevitable, y ahora reiterativamente, insistiendo sobre mí ciertos elementos a los que no presté importancia en un principio. Estoy siendo demasiado amplio con mis explicaciones. Lo que quiero decir es que no puedo dejar de lado lo que me perturba, todo aquello que rasca mi piel hasta sangrar, porque todo vuelve hacia mí, magnéticamente me persigue y me alcanza. Me veo obligado a hacer de mí lo que detesto. No hay opciones, hay salidas pero no agradables. Seguir el camino misterioso es todo lo que puedo hacer, y ver qué sucede en adelante.