Un Poema Casi Inventado

domingo, 28 de junio de 2009

V

CAPITULO V

Era tiempo de salir otra vez los fines de semana. Ahora estaba obligado a hacerlo, no me quedaba más remedio que integrarme a la vida social que había rehuido. Formaba parte de ese mundo y por ello, los demás esperaban algo a cambio.
El punto de partida para cualquier salida era la casa del Hipo, lugar de puertas abiertas donde nunca había nada para comer, pero todos iban ahí. El Hipo vivía con la madre y los hermanos, y ya estaban acostumbrados a tener gente en casa todo el día.
En un comienzo, éramos pocos los que pasábamos por su casa, luego fueron sumándose el resto de los compañeros y prácticamente todo el curso tuvo su pequeña estadía allí.
La primera noche que arreglamos para salir fue la de un viernes. De ahí en más saldría casi todos los viernes con ellos, al menos unos meses. Íbamos a un pequeño boliche de Constitución llamado Palmira, su principal atractivo era la entrada gratuita. Y en algunas ocasiones, hacíamos una parada en un salón de pool ubicado a unas cuadras de allí.
Precisamente aquel primer viernes fue una de las ocasiones en que estuvimos en el pool. Para mí era bastante fastidioso tener que ir porque nunca fui jugador de pool, por lo cual, mi transcurso en ese sitio resultaba en una espera tediosa. Aguardaba que sucediera algo sobrenatural que entretuviera mis sentidos. A decir verdad, tampoco disfrutaba de la idea de entrar después a un boliche, pero cuando estaba en el pool, solamente odiaba estar allí, me gustaba ir por partes con mi disgusto.
Todavía temprano, estaban conmigo en el pool, Hugo, el Hipo, Andrea y Cristina. No escuchaba lo que hablaban. Mis oídos prestaban atención a la música que sonaba desde una rockola, era Metallica con la orquesta haciendo “The Outlaw Torn”. Obviamente, nadie sabía eso más que yo, únicamente a mí me importaba.
Por escuchar ese tema, no me di cuenta de que mis compañeros habían ido a jugar a una de las mesas. Cuando me vi solo preferí quedarme así. En ese momento, entró la chica rubia que había visto en la clase de gimnasia. No esperaba encontrarla en ese lugar, pero allí estaba, y un pequeño grupo de amigas la acompañaban. Por suerte, ella tampoco jugaba al pool, y en un lugar en donde lo único que había eran mesas de pool, estábamos destinados a ser el uno para el otro. Mi inutilidad y desconocimiento habían dado sus frutos.
Al contrario que el día de gimnasia en que la vi por primera vez, esa noche no me propuse observarla detenidamente, sino que distraje mi mente con otros pensamientos. Fue así que logró sorprenderme cuando se acercó para hablarme.
- Hola – me dijo sentándose cerca de mí.
- Hola – la miré bien pensando que estaría borracha.
- Me parece que somos los únicos que no juegan al pool.
- Estaba pensando en eso.
- ¿Y por qué no jugás?
- No sé jugar. No quiero aprender tampoco.
- Yo tampoco sé jugar. En realidad sé, pero soy malísima. No quiero pasar vergüenza delante de todos.
- Nadie va a estar mirando cómo jugás.
- Vos me estarías mirando como el otro día. ¿Viniste solo?
- No, vine con unos amigos. – Traté de señalárselos pero no sabía donde estaban.
- ¿De la escuela?
- Sí.
- Yo también. ¿Cómo te llamás?
- Martín, pero no te molestes en aprenderte mi nombre porque todos me llaman por mi apellido.
- ¿En serio? ¿Y cuál es tu apellido?
- No te lo voy a decir. Lo bueno de que no me conozcas de la escuela es que no escuchás mi apellido todos los días.
- Pero si te conozco de la escuela.
- Que no nos conocimos en el curso quiero decir.
- Ah, es que vos sos más grande que yo.
- ¿Cuántos años tenés?
- Quince.
- Yo, dieciocho.
- ¿Cuántos años me dabas?
- Catorce, quince. Quince está muy bien.
- Bueno, te dejo, me voy con las chicas. Después hablamos. Nos vemos en la escuela.
Me levanté para buscar a mis compañeros que no andaban muy lejos, se estaban divirtiendo y no notaron mi ausencia.

miércoles, 24 de junio de 2009

IV

CAPITULO IV

Pronto me habitué a esa nueva rutina ya olvidada. Nada había cambiado en el trayecto que unía mi casa con la escuela. El camino de ida lo hacía en colectivo y para regresar, casi siempre caminaba. Era el único deporte que practicaba.
Los primeros días de clase eran los más insulsos, servían más que nada para conocer a los nuevos profesores y a los nuevos compañeros. A la mayoría de los profesores los conocíamos hace años, y los compañeros nuevos no eran más que dos, uno tenía el aspecto de un topo y el otro era un gordo que no llamaba la atención a primera vista.
En la segunda semana comenzamos a cursar educación física, una materia que ya no entusiasmaba a nadie por el hecho de que consistía, solamente, en jugar al fútbol una hora. No valía la pena levantarse para eso. El profesor era evangelista y en el stereo de su camioneta escuchaba música gospel, también nosotros la escuchábamos porque se estacionaba junto a la embarrada canchita de fútbol. Tenía ideas contra el pelo largo pero eso no iba a hacer que me lo cortara.
Una de esas mañanas vi a una de las chicas que hacía gimnasia en el mismo “campo de deportes” donde nos encontrábamos nosotros, me detuve a verla prácticamente durante toda la hora. Como yo ni siquiera jugaba al fútbol, podía darme el lujo de quedarme sentado mirándola, hasta que fuera hora de irme, habiendo cumplido con mi asistencia.
La chica era de otro curso y había ingresado ese año porque antes no la había visto. Era linda, rubia, de muy linda cara, aunque algo niña todavía. A mí me parecía que lideraba su grupo de amigas, tal vez por ser la más linda de todas. Ella y sus compañeras corrían alrededor del campo llevando un ritmo lento.
Así fue como se me pasó la hora. Al menos durante esa clase había encontrado algo para hacer.
Dio la casualidad de que no fuera yo el único en verla, también puso su interés en ella el Hipo, aunque no era increíble que lo hiciera. Hipo estaba constantemente alerta a la presencia femenina que rondara a su alrededor, su calentura así se lo exigía.
Cuando el partido había finalizado y todos se dirigían a tomar agua de una mísera canilla, el Hipo notó la presencia de esa chica. Como su contemplación no podía ser silenciosa, buscó a alguien con quien comentar lo que veía.
Dirigiéndose a Hugo le dijo:
- Che, mirá esa mina.
- ¿Cuál?
- La rubia esa – la señaló extendiendo su brazo.
- Sí, ¿qué tiene?
- Está buenísima.
- Boludo, esas minas deben tener 14 años.
- No, no puede ser, mirá lo que es. ¿Cómo va a tener 14 años?
- ¡Preguntáles! – Sugirió Hugo con su habitual tono de enfado, que adoptaba cuando una conversación no le interesaba.
- No, preguntáles vos.
- Preguntáles vos, ¿qué te van a decir?
Hipo se acercó a las chicas que también estaban a punto de irse.
- Chicas, ¿cuántos años tienen ustedes? – Finalmente les preguntó.
Se quedaron mirándolo y le respondieron:
- Catorce.
La mente del Hipo se aturdía con facilidad por lo que sólo atinó a tocarse la nuca con la mano derecha y darse media vuelta.
- No, boludo, no puede ser – le dijo a Hugo nuevamente.

martes, 23 de junio de 2009

III

CAPITULO III

Un día de los primeros de marzo dieron inicio las clases. Veía otra vez las mismas caras y los mismos cuerpos, pero era reconfortante comenzar sabiendo que sería el último año.
La escuela estaba ubicada a pocas cuadras de la costa, en un barrio de calles angostas donde sólo podía pasar un auto por vez. Era un lindo barrio para caminar y pasear un perro.
Llegué temprano, al parecer. Entonces vi como mis compañeros aparecían uno por uno, con una mezcla de resignación y entusiasmo. Las primeras en llegar fueron Ataque y Anabella. Ataque era Florencia, pero como le gustaba Ataque 77, era más cómodo para todos llamarla Ataque. Era alta y culona, aunque no era gorda, y caminaba con tan poco ímpetu que parecía como si no tuviera ganas de vivir. Su amiga Anabella era tan alta como ella y en contraste con el cuerpo de Ataque, no tenía culo. Sin embargo, tenía un par de tetas grandes y bien duras para compensar, las cuales eran lo único por lo que debía sentirse orgullosa.
Nos saludamos y nos quedamos los tres parados sin decir nada, pero sentía que de alguna forma ellas dos se comunicaban.
- ¿Se hablan por telepatía? – les pregunté y ambas se rieron. Podía ser cierto que así fuera.
Luego fueron llegando los demás. Andrea, una petisa endemoniada y falsa con muy pocas tetas, por lo que había que conformarse viéndole sus lindos ojos azules. Junto a ella venía Cristina, su amiga inseparable. María, una especie de Britney Spears encogida con una cola muy linda.
Con ellos solía juntarse otro de mis compañeros, Juampi, que vivía muy cerca de la escuela y estaba enamorado de Hitler, o como él solía decir, admiraba el imperio que había formado.
También aparecieron Sergio y Lui, quienes eran con los que más me hablaba. Con Sergio nos conocíamos desde que empezamos la secundaria, él venía de Uruguay, pero eso a nadie le importaba, no podía llamar la atención proviniendo de aquel país. Era para nosotros totalmente intrascendente. Otra cosa que sabíamos de él era que vivía lejos, y esto resultaba en un tema de conversación recurrente para cualquiera que hablara con él. Eso y la selección uruguaya de fútbol dando lástima. Ni yo ni nadie había ido a su casa, es que en verdad quedaba lejos. Además, de tanto repetirlo las distancias aumentaban.
En una bicicleta playera andaba Lui, sólo nosotros lo llamábamos así, Lui acentuado en la “u” y quitándole la “s” final a su nombre original. Era una especie de gurú de la paz.
Hugo y T-1000 no llegaban juntos a la escuela pero eran vecinos de la misma calle. Hugo tenía la nariz grande y era fanático de Babasónicos, aunque lo primero no era relevante para lo segundo, eran las dos cosas que necesariamente debían destacarse en él. A su vecino T-1000, solo se lo podía ver con el casco cuando conducía su moto, siendo aquello una protección innecesaria para él, teniendo en cuenta su contextura de metal líquido. Al parecer, había perdido las esperanzas de retornar a su tiempo y tan sólo se conformaba con, alguna vez, regresar a Buenos Aires, ciudad que vio por primera vez al ser enviado del futuro para asesinar a Sarah Connor.
En último término había llegado Juan Pablo Stefancik, apodado “Hipo”, debido a sus habilidades equinas a la hora de jugar al fútbol. Otro sobrenombre que tenía era “El Drogón”, pero era más común decirle Hipo. Era el cantante de una banda punk y un ser humano inmaduro, terrible y simpático. Un engendro fumado de la naturaleza.
En definitiva, prometían un entretenido espectáculo para todo el año.

lunes, 22 de junio de 2009

II

CAPITULO II

La ciudad disminuía su importancia a medida que sus visitantes la abandonaban. Y era notable que eso sucediera, teniendo en cuenta que el calor y los días soleados aún eran habituales. Pero no era el clima en definitiva, lo que movilizaba a aquellas personas extrañas a retornar a sus vidas comunes, sino la nostalgia por su territorio, en donde gobernaban e imponían sus leyes.
La retirada se desarrollaba con asquerosa normalidad. Siempre sucedía de la misma manera, por lo que había dejado de ser testigo directo del éxodo. Me limitaba a verlo por televisión, cómodamente sentado en mi casa.
Me encontraba a aproximadamente tres kilómetros del mar, un inmejorable punto de referencia.
Mi casa no representaba para mí más que una pequeña suma de habitaciones, las cuales estaban provistas de ventanas. Algunas daban a la calle y eran las más requeridas cuando propiciaba la lluvia, un espectáculo que superaba a la televisión en el momento en que caían las primeras gotas y, especialmente, cuando la lluvia venía acompañada de una tormenta feroz.
Por lo que sé, siempre viví en esa casa; mis primeros recuerdos registran ese lugar, estando todas las veces solo en diferentes partes. Y de esas instantáneas vuelven a mí las voces que solía a escuchar, y que continué escuchando el resto de mi vida. De dónde provenían nunca pude saberlo. También escuchaba ruidos y puertas que se abrían y cerraban, todo esto ocurría en cualquier habitación o lugar de la casa que yo no estuviese ocupando. Era algo a lo que me había acostumbrado, porque con los años me di cuenta de que no tenía otra alternativa más que acomodarme a esa situación.
Por qué mi memoria había sido selectiva desechando los momentos felices de mi vida es algo que nunca logré entender. ¿Por qué si todas las personas que conocía tenían anécdotas alegres para contar, yo no podía recordar ninguna que pudiera transmitir un ínfimo reflejo de bienestar?
Que una parte de mi vida había sido desprendida de mi cabeza era la conclusión más optimista a la que había arribado. Develar las causas que originaron ese desprendimiento derivó en un sinnúmero de elucubraciones y conjeturas tiradas de los pelos. No obstante, era un trabajo que me mantenía ocupado. Cualquier actividad mental distraía mi atención de las voces.
El hecho de permanecer encerrado tanto tiempo hacía que pensara en ese tipo de cuestiones. Sin embargo, las vacaciones estaban terminando y yo debía comenzar un nuevo ciclo lectivo, por lo tanto, me vería obligado a concentrarme en otras cosas.
Para no olvidar el sonido de mi voz y acostumbrarme nuevamente a tener una conversación recurría a Danielle, mi amiga desde hace unos años que no veía muy seguido.
La llamé por teléfono pero, debido a las voces, no podía comunicarme muy bien por ese medio. Así que era mejor vernos en persona.
Nos encontramos en una playa. El sol estaba bajando y empezaba a refrescar. El viento era intenso, dificultaba una simple caminata. Pero era un viento fresco, bienvenido por todos a esa altura del día.
Llegamos al unísono a nuestro punto de encuentro. Ella sonriente, como siempre.
- Hola, Martín. ¿Cómo estás?
- No sé.
- Tanto tiempo sin verte. ¿Qué contás?
- Nada.
Me quedé callado un rato que aprovechamos para sentarnos.
- ¿Vos cómo estás? –le pregunté. – Nunca te pregunto cómo estás. No es que no me interese pero en los saludos no suelo hablar mucho, ni preguntar nada.
- Es cierto… yo estoy bien, por suerte. Es cierto que no hablas, pero por teléfono sos peor ¿nunca te dijeron que hablar por teléfono con vos es horrible?
- Sí, me lo dijeron. Es que me distraigo con la televisión cuando uso el teléfono. El teléfono no es para mí.
- Parece que no.
- Che, y vos ¿qué vas a hacer este año?
- Voy a empezar con Letras, a ver que tal me va, y sigo con Cine. Así que voy a estar a tiempo completo.
- ¿Cuándo me vas a hacer actuar en un corto?
- Pero si a vos ni siquiera te gusta sacarte fotos.
- Bueno, pero un corto quiero hacer. A vos que te gusta Stephen King, podemos hacer un corto con uno de sus cuentos; y de paso podría leerlo. Nunca leí nada de él, y eso que en la escuela algunos me dicen Stephen King por los cuentos que escribo.
- ¿En serio?
- Sí, aunque en realidad es uno solo el que me dice eso y lo apodan “El drogón”.
- Ja, ja.
- Debe ser porque Stephen King es un lugar común del terror, por lo popular que se hizo. Cuando me preguntan si leí a Stephen King, yo digo que sí. Incluso cuando me preguntan por uno de sus títulos yo contesto que sí, que lo leí, pese a que desconozco toda su bibliografía.
- Tendrías que leerlo, no puede ser que no hayas leído a King. Yo escribí un cuento con uno de sus personajes: Katrina, la chica muerta. Te lo voy a dar para que lo leas.
- Y hacemos un corto con ese cuento.
- Ja, ja, que insoportable. Después te aviso cuando tenga que filmar algo.
- Buenísimo.

domingo, 21 de junio de 2009

UN POEMA CASI INVENTADO


LIBRO PRIMERO

CAPITULO PRIMERO


El verano pasaba con rapidez y todas las salidas programadas quedaban en la nada. Solía entretenerme planeando lo que sería un verano ideal, como los que anticipan las propagandas de cerveza, pero luego los días se desvanecían sin que nada sucediera. Todas las personas con las que hablaba durante el año, desaparecían de mi vista durante el verano, lo que hacía que me planteara varias suposiciones sobre sus paraderos. Sin embargo, también me complacía de aquella soledad, porque me permitía despreocuparme de todo lo que hacía o dejaba de hacer. Nadie se preocupaba por mí, y eso era algo muy bueno porque así no podían molestarme.
Todos los días transcurrían con calma. No me veía envuelto en situaciones conflictivas y mis emociones no necesitaban salir a la luz. Era el equilibrio deseado, que lograba al mantenerme alejado del contacto prolongado con personas.
De todas maneras, la burbuja en algún momento se rompía, y dejaba vía libre para algún intruso. Pero era bueno que eso sucediera, ya que era algo así como salir del agua a tomar aire para volver a sumergirme.
Y en ese lapso en que tomaba aire, veía alrededor para enterarme de lo que acontecía, es decir, salía de mi encierro e iba a alguna parte. Así, también reavivaba mis hipótesis acerca del destino de aquellos con quienes solía tratar. Porque daba la casualidad de que no podía encontrar a uno solo de ellos.
Creo que se confundían entre la gente extraña que atiborraba la ciudad. Estaban rodeados de seres humanos y por eso no podía verlos. Mis ojos no estaban entrenados en la tarea de reconocer amistades. Además, cambiaban su apariencia con mayor frecuencia de la que yo estaba acostumbrado a asimilar. La ropa de verano era igual para turistas y locales, y los colores no llamaban mi atención. Pero éstas eran solamente excusas, la verdad era que no quería encontrarme con nadie. Si eso pasaba, lo aceptaba y trataba de que no fuera un mal momento. Aunque mi deseo era que eso nunca ocurriera para no desestabilizarme.
Muy fácilmente se quebrantaba la paz y era algo difícil reestablecerla. Luego de comunicarme con una persona quedaban rondando en mi cabeza sus expresiones, sus gestos, los movimientos de sus brazos, su postura y, según la estima que le tuviera, las palabras que pronunciaba. Aunque este último caso se daba excepcionalmente.
Me había pasado con algunas pocas personas, de recordar luego de finalizada una conversación, cada una de las palabras, cosa de que pudiera reproducirlas en mi mente interminablemente, aún cuando no lo deseara.
Resulta claro que siendo de este modo, era preferible que evitara cualquier tipo de contacto a fin de preservar la paz. La rutina era agradable mientras no pensara que fuera rutina. De hacerlo, sería otro motivo para perder el equilibrio. El de darme cuenta de que no daba ningún paso y que por esa razón no caía.
En cuanto me daba cuenta de esa situación sobrevenía la angustia, que era lo verdaderamente doloroso. Sentía que estaba parado sobre una cuerda, sostenida en el aire sin que pudiera al menos distinguir sus extremos, y mi cuerpo estaba cansado y no tenía deseos de avanzar o retroceder, tan solo me conformaba con permanecer allí. Pensaba que de alguna forma todo se resolvería.

sábado, 20 de junio de 2009

Fabuloso II

Hola.Una buena forma de comenzar. Con un saludo al aire.En este blog voy a subir una novela que empecé hace tiempo. Se llama "Un poema casi inventado", como un poema de Charles Bukowsky, el cual leí en una fotocopia. Y del cual desconozco su título en inglés. Pero me gustó que sea casi inventado. De hecho, mi novela es casi inventada, es una memoria ficcional, sin que siquiera yo tenga en claro que parte es de ficción y cual de memoria. Todo se me confunde. El paso del tiempo así lo quizo.El muy escaso paso del tiempo, porque aún no tengo la edad de Kurt Cobain. Puedo decir que tengo algo en común con Andrés Caicedo, los anteojos, cuando no me pongo los lentes de contacto. Y si me dejo crecer el pelo un poco más...Mis intentos para describirme son infructuosos, me cuesta hablar de mí mismo, pero lo superaré, o "lo voy a" superar. Mi nombre es Hernán Casas, y espero hacer algo no muy decepcionante con este blog, no... esperen....Este flog será genial, inconmensurablemente fabuloso!!!!!!!!!!!Me hundo en la arena hasta la próxima entrada que va a ser el primer capítulo de "Un poema...", hasta entonces.