CAPITULO XII
El domingo vino Celeste a visitarme, dediqué el día para ella. Le mostré mis libros, mis discos, todas mis cosas, como hacen los chicos cuando invitan a un amigo a jugar a su casa. Por fin le entregué algunos de mis cuentos y los leyó frente a mí, cosa que me incomodó un poco.
- Están buenos, me gustan. ¿Hace mucho que escribís?
- Hace tres años nada más.
- ¿Este cuento está terminado? – Me preguntó.
- ¿Cuál?
- No tiene título, es este del que vive encerrado.
- No, por ahora es sólo un retrato, no se me ocurrió ninguna historia para él. ¿Querés darme alguna idea?
- No, yo no tengo imaginación.
Estábamos en mi habitación, sentados en la cama porque solamente tenía una silla.
- A mí me da la impresión de que este personaje sos vos, ahora que te veo tirado en la cama. Te gusta pasar los días acá encerrado, en la semioscuridad.
- La persiana está rota, por eso no la levanto toda – le aclaré.
- Pero te gusta vivir así.
- Es la vida que tengo. No te pongas a sacar conclusiones por lo que escribo porque te vas a volver loca.
- ¿Trajiste a alguna otra chica antes que a mí?
- No – sonreí-, acá no, no es un lugar muy amistoso para traer a alguien. No sé por qué te hice venir.
- Pero a mí me gusta este lugar, solo digo que lo mantenés oscuro.
- Sí, es lúgubre y deprimente. Creo que te invité para que me conocieras un poco mejor.
- Si no me contás nada no te voy a conocer mejor, aunque me muestres toda tu casa.
- Bueno, pero empezá vos primero, contame algo más de tu vida.
- No sé que querés que te cuente… a ver, algo que no sepas, que juego al hockey, hago tae kwan do.
- Demasiada actividad física. ¿Te estás entrenando para matar a alguien?
- Ja, ja, tal vez.
- ¿A quién te gustaría matar?
- A mí papá.
- ¿En serio? ¿Por qué?
- Porque es un pelotudo.
- Ah, es un buen motivo. ¿Vivís con él?
- Sí, y con mi mamá. Tengo una hermana, pero es más grande y no vive más con nosotros.
- La envidias.
- ¿Por haberse ido? Sí.
- Pero vos todavía sos chica para irte.
- Espero que se vaya él algún día, o que se muera porque sino lo voy a tener que matar yo.
- Aprovechá ahora que sos inimputable.
- Ja, ja, no me des ideas.
Seguíamos en la cama, sin intención de movernos.
- ¿Escuchás eso? – Le pregunto a Celeste.
- ¿Qué cosa?
- Las voces.
- Sí, escucho voces, ¿Quiénes son?
- No sé.
- ¿Cómo que no sabés?
- No, no sé quienes son.
- Para, boludo, no me asustes. ¿Cómo no vas a saber quienes están en tu casa?
- Siempre son las mismas voces, los escucho hablar pero no los vi nunca.
- ¿Hace cuanto?
- Desde siempre.
- ¿Y de qué hablan?
- Creo que la mayor parte del tiempo hablan de mí, jamás oí que dijeran algo bueno. No sé por qué están acá, ni por qué vinieron ni cuando pensarán irse, pero tengo que soportarlos mientras viva en esta casa. Trato de ignorarlos pero es imposible, los murmullos atraviesan las paredes y me atacan sin descanso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

¡Genial, genial, genial! Quiero leer más, joven que escribe. Un saludo.
ResponderEliminar