CAPITULO XIV
Recompuse mi ánimo en menos de un día. Eliminé el alcohol de mi sangre y así logré ver con mayor nitidez. Me encontré con Celeste nuevamente, en mi casa, donde podíamos permanecer horas acostados pensando solamente en nosotros.
Celeste jugaba con los dedos de mi mano, los sostenía con suavidad y no se desprendía de ninguno de ellos. Nuestra cama, la que antes era solo mía, era nuestro mejor refugio.
- ¿Vos sos mi novia?
- Soy tu novia, sí, y vos mi novio.
- ¿Tuviste otros novios antes?
- Sí, tuve algunos, pero no sé si se les puede llamar novios.
- ¿Cómo se les puede llamar?
- No sé, pero novios no. Nunca estuve mucho tiempo con nadie.
- Es una cuestión de tiempo entonces.
- No. Es que no estaba enamorada de ninguno.
- … yo tampoco me había enamorado antes. Espero que me sigas llamando novio.
- Mientras no me dejes vas a ser mi novio
- Sería más probable que vos me dejases a mí.
- No lo creo.
Deseaba conocer cuánto tenía de pecadora, saber de sus miserias, de sus temores, de todo aquello que pudiera haberme ocultado. Creí que podría asemejarse a mí y tener muchos secretos. Por algún motivo congeniamos tan naturalmente.
- ¿Qué te acordás de tu primera vez? – Le pregunté, en un intento muy triste por develar las razones de su existencia.
- ¿Mi primera vez? No hay mucho que recordar.
- Tendría que haberte preguntado por la tercera o la cuarta.
- Ja, ja, no. De esas creo que no me acuerdo nada. ¿Y la tuya?
- ¿La mía?
- Sí, tu primera vez.
- No, de eso sí que no hay nada que recordar.
- ¿Por qué?
- Por nada.
- Otra vez. ¿Ves cómo sos? Vos me podés preguntar lo que sea y yo de vos no puedo saber nada.
- Es más complicado que eso.
- Sí, siempre es más complicado.
- No te enojes conmigo, ya vas a saber más de mí. Tenemos miles de horas para hablar.
- Tendrías que haber llevado un diario para contar tu vida. Te resulta más fácil escribir las cosas que te pasan que hablarlas. O por lo menos es lo que me parece a mí.
- Pero no sabría explicar las cosas que me pasan, sería un diario muy confuso.
- Yo lo entendería.
- ¿Leerías mi diario?
- Sí, para conocerte mejor.
- ¿Vos tenés uno?
- Sí, más o menos, lo fui escribiendo como pude. ¿Querés que te lo preste?
- ¿Me dejarías leer tu diario íntimo? ¿Estás segura?
- No tengo nada que esconder. Bah, en realidad sí, hay cosas que no debería saber nadie. Cosas vergonzosas. Pero no me importa, quiero que leas todos mis secretos.
Su vida como un libro abierto, literalmente. Eso era lo que me ofrecía, mucho más de lo que había esperado.
Mientras tanto, debía asistir al cumpleaños de un compañero, el “Boli”, que a pesar de su apodo no era boliviano. Era uno de los nuevos que, de a poco, se fue integrando al curso para convertirse en una de las presencias más desagradables y molestas que pudiéramos haber conocido.
Aún así, fui con mis compañeros a su maldito cumpleaños. El lugar era una especie de disco bar llamado Mister House, y había resultado bastante grande para la poca gente presente.
Como la mayoría de las veces, tuve la buena idea de tomarme un litro de vino antes de entrar. Adentro nos dieron una mísera lata de cerveza, pero fue suficiente para estar un poquito más ebrio de lo que ya estaba. Pasé el resto de la noche tratando de permanecer sentado en una silla, sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano. A mi lado, Andrea tranzaba con Lui.
martes, 14 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

Lindo, como siempre, a ver cómo continúa esto, está buenísimo. Un saludo.
ResponderEliminar