CAPITULO VI
Mientras despertaba de un largo sueño recordaba a la chica del pool o chica de la escuela, no sabía su nombre y era mejor que se lo preguntara. Ya era lunes y volvería a verla. Hacía mucho que no sentía ansiedad.
La cantidad de inasistencias que se permitían era de veinticinco. Abusar de ellas en las primeras semanas resultaba algo muy tentador, debido al buen clima de los días de marzo. Así lo creía también el Hipo, que era el primero que pensaba en ratearse al llegar a la puerta de la escuela.
- ¿Nos rateamos? – Me preguntó ni bien llegué a la puerta.
- Bueno. – Mi corta respuesta.
Caminamos las más de veinte cuadras hasta la casa del Hipo, aunque hubiera sido mejor ir en bicicleta.
- Si viene mi mamá, díganle que salimos antes. – Nos advirtió el Hipo. Aún no eran las dos de la tarde y entrábamos a clases a la una y cuarto, habíamos salido con mucha anticipación.
Mi prioridad cuando llegaba a esa casa era poner algo de música, por eso siempre llevaba algún casete. En esa ocasión tenía “Master of Puppets” de Metallica, aunque lamentablemente el Hipo lo sacó porque decía que de Metallica sólo le gustaba lo viejo.
Esa tarde fue desperdiciada, como todas las demás, pero aún así, era agradable perder ese tiempo. Y además, saber que era tiempo irrecuperable.
Permanecí sentado mientras mis compañeros hacían uso de su capacidad mental tiñéndose los vellos de ciertas partes. Esa visión tan desagradable me hizo pensar en la chica del pool. Generalmente, no necesitaba establecer ninguna relación clara entre el presente y el pasado, por lo que una bolsa de supermercado llevada por el viento a través de una calle, podía hacerme recordar algún capítulo de los Simpsons.
Seguramente, si hubiera entrado a clases, la hubiese visto y al menos le preguntaría su nombre. Pero no ocurrió, y ahora debería esperar hasta otro día.
El tiempo irrecuperable se extendía con lentitud, en tanto los vellos púbicos adquirían una tonalidad amarillenta. El Hipo, por su parte, nos contó una anécdota memorable de cuando tenía catorce años. La historia era la siguiente, el Hipo tenía una novia y una vez, en la casa de ella, habían tenido sexo en el living. Como no usaban preservativo, el Hipo iba a acabar afuera, más precisamente en un pañuelo descartable, y esa rápida solución le daría problemas más tarde con la llegada de la madre de la chica. Así fue que, luego de los normales saludos, el Hipo se dio cuenta de que había dejado el pañuelo sobre la mesa. También lo notó la madre de la chica, que dirigió su mano hacia el pañuelo para tirarlo, pero antes de que eso sucediera, el Hipo se abalanzó hacia el pañuelo al frágil grito de “¡no, espere!” y lo tomó entre sus manos para sonarse la nariz. Así concluyó la anécdota.
En definitiva, se había restregado un pañuelo con semen por la nariz. Los espermas habían vuelto a él, cumpliendo de esa forma un recorrido irregular.
Ese relato tan encantador nos entretuvo por un rato, pero después de escucharlo pensé en que otros finales pudo haber tenido. Pensé en la madre de la chica sosteniendo el pañuelo descartable mientras se escurría el semen por su mano, eso tal vez podría haber sido más interesante. Quizás hubiera sido una historia más graciosa de contar. Me daba lástima no poder cambiarla.
Hacía ya mucho tiempo que no escribía un cuento, no estaba seguro de mis habilidades por la falta de oficio en la escritura. Todo lo que hacía era figurarme en mi cabeza nuevas historias que jamás llevaría al papel. Ahora me divertía modificando el relato del Hipo, sin que él lo supiera, porque tenía la sensación de que en realidad no le gustaban mis historias.
Sin embargo, sus preferencias no me quitaban el sueño, por lo tanto, continué reelaborando su anécdota de la siguiente manera. El pañuelo era olvidado en la mesa hasta ser descubierto a la noche por toda la familia durante la cena. Al parecer, todos los finales que se me ocurrían tenían en común la puesta en evidencia del Hipo. Era algo inconsciente en mí, como una venganza, aunque me encontraba motivado por hacer esa anécdota mucho más graciosa.
A pesar de todos mis esfuerzos, no pude superar su historia verídica, porque el semen en su nariz no tenía comparación con nada. Había ganado él, sin saberlo siquiera, acabando en un pañuelo descartable y pasándoselo por la nariz, frente a la madre de la chica. Era tan simple como eso.
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