CAPITULO V
Era tiempo de salir otra vez los fines de semana. Ahora estaba obligado a hacerlo, no me quedaba más remedio que integrarme a la vida social que había rehuido. Formaba parte de ese mundo y por ello, los demás esperaban algo a cambio.
El punto de partida para cualquier salida era la casa del Hipo, lugar de puertas abiertas donde nunca había nada para comer, pero todos iban ahí. El Hipo vivía con la madre y los hermanos, y ya estaban acostumbrados a tener gente en casa todo el día.
En un comienzo, éramos pocos los que pasábamos por su casa, luego fueron sumándose el resto de los compañeros y prácticamente todo el curso tuvo su pequeña estadía allí.
La primera noche que arreglamos para salir fue la de un viernes. De ahí en más saldría casi todos los viernes con ellos, al menos unos meses. Íbamos a un pequeño boliche de Constitución llamado Palmira, su principal atractivo era la entrada gratuita. Y en algunas ocasiones, hacíamos una parada en un salón de pool ubicado a unas cuadras de allí.
Precisamente aquel primer viernes fue una de las ocasiones en que estuvimos en el pool. Para mí era bastante fastidioso tener que ir porque nunca fui jugador de pool, por lo cual, mi transcurso en ese sitio resultaba en una espera tediosa. Aguardaba que sucediera algo sobrenatural que entretuviera mis sentidos. A decir verdad, tampoco disfrutaba de la idea de entrar después a un boliche, pero cuando estaba en el pool, solamente odiaba estar allí, me gustaba ir por partes con mi disgusto.
Todavía temprano, estaban conmigo en el pool, Hugo, el Hipo, Andrea y Cristina. No escuchaba lo que hablaban. Mis oídos prestaban atención a la música que sonaba desde una rockola, era Metallica con la orquesta haciendo “The Outlaw Torn”. Obviamente, nadie sabía eso más que yo, únicamente a mí me importaba.
Por escuchar ese tema, no me di cuenta de que mis compañeros habían ido a jugar a una de las mesas. Cuando me vi solo preferí quedarme así. En ese momento, entró la chica rubia que había visto en la clase de gimnasia. No esperaba encontrarla en ese lugar, pero allí estaba, y un pequeño grupo de amigas la acompañaban. Por suerte, ella tampoco jugaba al pool, y en un lugar en donde lo único que había eran mesas de pool, estábamos destinados a ser el uno para el otro. Mi inutilidad y desconocimiento habían dado sus frutos.
Al contrario que el día de gimnasia en que la vi por primera vez, esa noche no me propuse observarla detenidamente, sino que distraje mi mente con otros pensamientos. Fue así que logró sorprenderme cuando se acercó para hablarme.
- Hola – me dijo sentándose cerca de mí.
- Hola – la miré bien pensando que estaría borracha.
- Me parece que somos los únicos que no juegan al pool.
- Estaba pensando en eso.
- ¿Y por qué no jugás?
- No sé jugar. No quiero aprender tampoco.
- Yo tampoco sé jugar. En realidad sé, pero soy malísima. No quiero pasar vergüenza delante de todos.
- Nadie va a estar mirando cómo jugás.
- Vos me estarías mirando como el otro día. ¿Viniste solo?
- No, vine con unos amigos. – Traté de señalárselos pero no sabía donde estaban.
- ¿De la escuela?
- Sí.
- Yo también. ¿Cómo te llamás?
- Martín, pero no te molestes en aprenderte mi nombre porque todos me llaman por mi apellido.
- ¿En serio? ¿Y cuál es tu apellido?
- No te lo voy a decir. Lo bueno de que no me conozcas de la escuela es que no escuchás mi apellido todos los días.
- Pero si te conozco de la escuela.
- Que no nos conocimos en el curso quiero decir.
- Ah, es que vos sos más grande que yo.
- ¿Cuántos años tenés?
- Quince.
- Yo, dieciocho.
- ¿Cuántos años me dabas?
- Catorce, quince. Quince está muy bien.
- Bueno, te dejo, me voy con las chicas. Después hablamos. Nos vemos en la escuela.
Me levanté para buscar a mis compañeros que no andaban muy lejos, se estaban divirtiendo y no notaron mi ausencia.
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