Un Poema Casi Inventado

miércoles, 30 de diciembre de 2009

XXII

CAPITULO XXII

Dejamos atrás la plaza buscando una luz distinta, y lo que encontramos fueron un par de pandillas. Algo así como bandas callejeras. Dispuestas una frente a otra, preparándose para la batalla. Celeste estaba impresionada por la estética de estos grupos. Mi preocupación no se centraba en lo estético sino en salir de ahí lo más pronto posible.
Pero no hubo tiempo. Ni distancia que separara a esas bandas.
¡…!

miércoles, 23 de diciembre de 2009

XXI

CAPITULO XXI

- Esto me recuerda a algo que leí en tu diario – le dije a Celeste.
- ¿Sí?
- Cuando pusiste que te acordabas siempre de la plaza frente a la escuela, donde hiciste la primaria.

















”.
- Nunca me voy a olvidar de lo que pasó ahí.

martes, 22 de diciembre de 2009

XX

CAPITULO XX

En Felpa, todas las mañanas podemos observar como el sol toca la tierra por partes. Es algo realmente llamativo. El cielo se mantiene oscuro, con la excepción de unas ventanas que se abren a una distancia apenas superior a los cien metros. La luz que llega a un sector no abarca la misma superficie que la proveniente de otra ventana. Pueden tener forma de círculo o no tener forma reconocible.
Bajo este cielo tan particular, procuramos no quedarnos quietos, sino ir en busca de cada destello de sol que pudiésemos ver a lo lejos. Sin embargo, no había que descuidar la misión, ya que para eso estábamos ahí. Nuestro objetivo, la mujer, cruzaba la plaza con la vista al frente a la misma hora, todos los días. Esa parte del seguimiento era aburrida, pero por suerte no duraba más que unos minutos, que aprovechábamos para degustar los helados que crecían de un árbol que había crecido junto al banco donde nos sentábamos, claro que en nuestra imaginación porque esos árboles no existen.
Cuando todavía no terminábamos el helado, la mujer ya abandonaba la plaza, siguiendo el mismo camino de siempre, el que conducía al cementerio. Un espacio con grandes jardines acompañando largas hileras de lápidas. Apacible, esa palabra describe el lugar. Llamaba la atención que la mujer no detuviera su andar ante ninguna tumba en particular, caminaba por todos los senderos como si quisiera conocerlos bien, tomando nota mental de cada detalle. No parecía importarle los nombres que figuraban en las lápidas. A nosotros tampoco nos importaba.
Luego de su visita al cementerio regresaba notablemente cansada, por el mismo camino. Hasta la plaza, donde la dejábamos sola. Y allí, descansamos los pies y hablamos sobre cualquier cosa que nos sacara de la cabeza la imagen triste de esa mujer.